SOLOS EN LA SALA

Hay días en los que ir al cine es como transitar por la ciudad de los fantasmas. La sesión de noche en un día laborable en la hora en la que casi nadie labora, es el paraíso del silencio. Las calles desiertas, carreteras sin coches, aceras sin paseantes, sólo nosotros yendo al cine.
Pagamos en la taquilla a un alguien inconcreto detrás de un cristal que, sabedor de que no hay nadie, nos ofrece retóricamente la posibilidad de sentarnos en una zona media, concretamente en mitad del cine. Un poco más adelante un señor carente de gestos significativos en la cara comprueba los billetes y nos invita a pasar.
Pasamos.
En las paredes hay carteles anunciando los próximos estrenos (el último peluquín de Bruce Willis es impagable), y así, mirando a un lado y a otro, sin darnos cuenta, nos encontramos transitando por un corredor casi en penumbra, y cuando llevamos un rato más bien largo de paseo sin haber observado ninguna puerta en ningún lado, y cuando la luz parece tornarse cada vez más tenue, y cuando miramos hacia atrás y sólo vemos una espesa niebla, por definir de alguna manera la sensación de que a medida que avanzamos vamos dejando un rastro de bruma a nuestras espaldas, cuando todo eso parece estar sucediendo, aparece ante nosotros, al final del corredor, una puerta abierta con un cartelito luminoso que reza: “Entren”.
Entramos.
En la sala sólo hay dos asientos, uno de ellos pintado en una cartulina que reposa en el suelo. La pantalla ocupa toda la pared frontal. Pero cuando observamos con mayor detenimiento, advertimos que no hay pared. En su lugar, un enorme hueco parece hacer las veces de pantalla, al menos eso queremos pensar. Nos sentamos (la cartulina resulta de lo más cómoda, invita a tumbarse, de hecho me tumbo sin temor a no ver nada, pues nada obstruye mi visión). Se apagan las luces. Comienza la película cuyo título aparece en letras negras sobre fondo gris: “BARDO”
Más arriba, en la sala de proyección, un operario se sienta en un pequeño sofá después de accionar el proyector. Se relaja. Saca de una bolsa de plástico un bocadillo envuelto en papel de aluminio y una jaulita. Mientras desenvuelve el bocadillo musita unas palabras al huevo que hay dentro de la jaulita:
—Bueno, mijito, hoy también estamos solos. Parece que hay películas que nadie viene a ver…