26.5.11

EL CONSTRUCTOR DE SUEÑOS

Estoy aparcando en lo que parece la rampa de acceso al garaje de una casa, es de noche, por lo visto algún tipo de conversación con la mujer que está sentada a mi lado ha creado un estado de cierto desasosiego. Detengo el coche, la mujer (por quien siento una confusa simpatía) se baja, cierra la puerta con una determinación sorprendente, pasa por enfrente del coche, lo que obstruye momentáneamente los haces de luz de los faros, y se activan los sensores de proximidad del vehículo mecánico haciendo sonar una alarma intermitente. Exhalo un hondo suspiro y paro la música. La verdad es que estoy no saliendo del coche bastantemente.

De pronto, un pensamiento acude a mi mente: ¿qué demonios hace ese bebé jugando con una serpiente tricéfala a estas horas de la noche en mitad de la calzada? No parece haber nadie alrededor que cuide de él.

Me acerco y le digo esto:

“Hola chiquitín, ¿te has perdido?”, a lo que el bebé responde “cómo voy a perderme si yo nunca me he movido de aquí”, exhibiendo una notable locuacidad.

Y yo me pregunto con creciente inquietud: "¿qué es todo esto?”. Sin embargo, esta inquietud se disipa en cuanto caigo en la cuenta de que muy probablemente esté soñando…

Vale, y ya que estamos voy a probar cosas. Por ejemplo, me imagino un camino que va tomando forma con todos sus detalles a medida que lo imagino, un camino a través de un bosque, flores preciosísimas, árboles frondosos y saludables, mariposas impregnadas de las radiaciones de gemas, zafiros, topacios y esmeraldas, pájaros alegremente aleatorios, un enorme salto de agua que desciende de la gran montaña rompiendo la luz en multiversos cromáticos, la fresca y húmeda brisa que se siente como caricia en la cara, todas las fragancias de la Tierra Pura…

Una vez llegado a un claro en el bosque, me dejo ir y alzo el vuelo, un poco escorado hacia la derecha al principio aunque acabo estabilizándome tras dibujar un par de elipses en el aire. Decido aprovechar la situación e irme volando al Polo Norte a ver qué hay…

De pronto me hallo ante dos señores vestidos de negro que fuman un cigarro apoyados ambos en una puerta de acero como brotada del hielo, erguida en mitad de lo que creo que es el Polo Norte. Como no estoy del todo seguro, le pregunto a uno de ellos (son exactamente iguales así que miro hacia un punto indeterminado entre ellos).

—Hola, ¿sabrían decirme qué lugar es este?
—Sí que sabríamos, pero ¿no le interesaría saber si lo sabemos ahora?
—La verdad es que me interesaría mucho, aunque no se cuándo sería eso (la interesación).

Como no veo que el asunto pueda dar mucho más de sí, ajusto mi intención con el fin de introducirme directamente en el agujero polar, para ver si es cierto que ahí existe una entrada a las maravillosas regiones de Agartha...

Pero un pensamiento me asalta, o más bien una sensación, e incluso un sentimiento: ¿de verdad necesito verificar la existencia de algo para que este algo exista? Quizá aquí operen otras leyes, unas leyes no físicas, desde luego, o quizá no haya leyes sino una fluencia creativa continua donde todo es posible, probable e incluso manifestable sin la intervención del tiempo, una suerte de decurso vertical e instantáneo,
(en este mundo se acepta sin mayores problemas tal aparente contradicción entre la cualidad móvil del decurso y la ausencia de movimiento del aquí original), el punto donde todas las frecuencias afines entran en resonancia, la música de las esferas tal vez.

Escuchemos...