30.6.06

UN CLAVO SACA OTRO CLAVO. UNINSTALLING II




El agujero es el mismo. Lo único que cambia es el clavo que lo habita: uno sale, otro entra, y así hasta la extenuación. El ámbito donde se mueve el fenómeno sería el de la carpintería, el bricolaje o, más genéricamente, el de la construcción. También se ha observado su aplicación como metáfora del amor de pareja y sus cambios, de la oficina y sus cambios, y hasta de la inmutabilidad y sus cambios.
Pero el agujero siempre es el mismo.

—No, no siempre es el mismo.
—Ah, ¿no?

—No. Con los continuos cambios el agujero se expande

—Si, es cierto, aunque no por ello deja de ser el mismo agujero. Tú, por ejemplo, de pequeño y ahora de mayor, sois la misma persona, ¿no?

—No. No somos la misma persona. De todas formas hablamos de agujeros, no de personas

—Constantemente hablamos de personas, aunque hablemos de otras cosas. Ahora, sin ir más lejos, hablamos de ti.

—Si, es cierto, hablamos de mí que, por cierto, soy un clavo, y tu actitud percutiente e incisiva me hace suponer que eres el clavo que va a expulsarme de este agujero con el fin de habitarlo.

—Si. De hecho estás empezando a desplazarte. Lo siento, buena suerte



En honor a la verdad, hemos de decir que se han llegado a ver dos clavos compartiendo el mismo agujero, aunque también se ha sugerido que la voluntad de ninguno de ellos ha intervenido de manera alguna en este hecho.

—No tengo nada que añadir
—Yo tampoco tengo nada que añadir

29.6.06

TAN DISTANTE, PARECE TAN DISTANTE, TAN DISTANTE, DISTANTE, E




Solos en la distancia, solos en la distancia, en la distancia (aá)...

28.6.06

TENGO ALGO QUE DECIRTE


Te escribo desde algún lugar remoto bajo tierra. Tengo que decirte que tardaron en bajarme unos tres días, ¿que cómo lo sé?, pues verás, lo único que sé es que cuando llegué abajo, observé que había desarrollado una barba de tres días, porque es justamente a los tres días cuando los primeros pelillos enhiestos comienzan a pincharme en las postrimerías de la boca. Son esos pequeños fastidios que molestan lo suficiente como para desear sinceramente su pronta desaparición, los que configuran mis días en porciones de tres días.

Llevo ya mucho tiempo aquí, eso lo sé porque tengo ya prácticamente todos los síntomas que la senectud lleva aparejados tales como accesos de tos profunda, prolongada y llena de silbidos internos, frío interior perenne e independiente de la temperatura exterior, ausencia de líquidos periféricos, respiración intermitente y escasa de oxígeno natural, voz prácticamente inaudible e indistinguible de la respiración ya comentada, y sobre todo, una rigidez corporal tan severa que he decidido renunciar definitivamente a cualquier tipo de movimiento. De hecho, permanezco sentado desde hace ya mucho tiempo. No, no sé de cuanto tiempo estoy hablando, pero a modo de aproximación te diría que he dormido profundamente unas ciento catorce veces, y para estar seguro de ello, no he tenido más que contar las veces que he sentido que despertaba, para lo cual sólo tenía que contar las babas secas que he tenido que despegar del cuello: ciento catorce babas enteras (alguna acabó rompiéndose en el momento de la extracción, como cartílagos secos que fuesen diseminados a causa de un fortuito golpe de viento).

Si, querido ser vivo (y algunos muñecos), alguien me bajó hasta este infierno y, después de interesarse con aire distante por mi estado de ánimo, desapareció en ese ascensor…
Quise buscar ese ascensor pero nunca lo encontré, parecía que se lo hubiera tragado la tierra, lo cual resulta de lo más descabellado, pues bajo este suelo sólo puede quedar el mismísimo núcleo terrestre de Mamá Pachamama, sus entrañas más extrañas, tan al interior no solemos ir nunca, y esta frase es la que por fin para el párrafo.

¿Tal vez he soñado lo que creía que era mi vida, regresando como de un sueño realista a la verdadera vida, en esta oquedad intraterrestre, marrón, marrón, (marrón), pero no “un muñeco marrón”, eso no, ¡dejad de añadir cosas! Bastante tenemos ya con cambiar radicalmente nuestra visión de TODO EL UNIVERSO (menos un mechero rojo).

Y pasó el tiempo, y, contra todo pronóstico, quedé tan relajado y tranquilo que no deseé ninguna otra situación que no fuese precisamente esa, una situación carente de necesidades humanas. A partir de entonces sólo tuve necesidades vegetales, lo que me vino muy bien, pues en este lugar crece exclusivamente un especie de vegetación cuya textura, consistencia, temperatura y pigmentación son más propias del caucho sintético o goma común que, a diferencia del cartón y los alambres, sí nos recuerda, al menos, ciertas propiedades orgánicas, aunque no nos apetezca mucho tocar eso.

Eso es lo que como. Preferiría comer cualquier cosa que diese una máquina expendedora en cualquier estación de tren de mi anterior vida soñada. Pero tampoco hay tanta diferencia.

Lo que resulta verdaderamente curioso, es que me he dado cuenta de que cualquier posibilidad de existencia me parece bien.

Unos consejillos, lo primero de todo: apaciguar los nervios con el “apaciguador de nervios” de color azul pálido alojado por defecto entre los intestinos (siempre estuvo a nuestra disposición desde el nacimiento o irrupción espontánea desde la nada).
Una vez apaciguados, dejarlos secar unos dos o tres semanas máximo, (no tenemos “avisador”), para después de este período, dejar pudrir, no sea que se regenere y reviva, que esas cosas suelen volver con muchísimo peligro.

El resto es una especie de limbo rosa y blanco, bien iluminado aunque sin llegar a cegar, con olor a polvos talco, y la imaginación, al verse libre de obstáculos, ha convertido mi vida en… mi vida.

Y me despido, apreciadísimo ser humano (también algunos muñecos) con una frase recuperada de mis sueños más dulces:

“Sí, soy un guante de fregar amarillo, pero estoy lleno de dicha como consecuencia de experimentar por fin lo que tanto temía que ocurriese y comprobar que no sólo no es tan terrible, sino que es igual, la misma cosa que lo otro, aquello que carecía de terribilidad, el agua de un grifo.”

Verás, he pensado que voy a dejar de contarte todo esto. Prefiero esperar a que salgas de ahí para disfrutarlo juntos. Tienes que ver esto, tienes que verlo...

20.6.06

JOVEN, ¿LE IMPORTARÍA ACERCARME ESE SENTIMIENTO?



Es un sentimiento.
Sólo sé que lo siento.
Ni siquiera lo sé, sólo lo siento.
Voy a seguir sintiéndolo a ver qué pasa.

Sé que pasa algo, pero no sé qué es. No puedo definirlo. Está ubicado más o menos a la altura del regazo. El otro día sentí otro sentimiento en las inmediaciones de la crisma que, por cierto, una vez me partí, pero ahora sé que, una vez nuevamente reestablecida, todavía está ahí, por la zona de la cabeza o por las cervicales, no lo sé seguro. Cuando te rompes la crisma salen como chispitas brillantes y la nariz queda taponada temporalmente a nivel interno. Ya no tienes el control y sabes (aunque luego lo olvidarás) que en realidad nunca lo has tenido. El control, sencillamente no existe, es una invención del depredador para asegurarse su permanencia física, pero es que el depredador tampoco existe. Con la crisma rota, ¿a quién le importa todo eso?

Una pregunta aparece: ¿la crisma, una vez rota, se recompone, permanece descompuesta, vuelve a su estado original, queda igual que antes de la rotura? Bueno, todo esto sería posible si hubiese alguien para preguntarlo. Yo no me lo pregunto, pero me pregunto si habrá quien se lo pregunte.

Voy a sumergirme en el sentimiento…
Veo que no está donde pensaba, intento seguirlo pero se me escapa en el mismo momento en que parece que estoy a punto de alcanzarlo, como esa especie de miniamebas que aparecen en la visión cuando miramos al azul del cielo en un día limpio de verano, esas formaciones en forma de celulillas, o gusanillos traslúcidos que desaparecen hacia las esquinas cuando intentamos retenerlos. ¿Habrá algún líquido que limpie el objetivo? ¿Y para qué limpiarlo? Esas cositas esquivas forman parte de lo que vemos, así pues ¿porqué rechazarlas? Cuando vamos al cine queremos que nadie tosa, que nadie haga ruido con bolsas, que nadie huela a nada, aunque la verdadera experiencia incluye todo ello. Esa idea fantástica de querer que algo sea como no es, produce mucha ansiedad.

Pero volvamos al sentimiento. Creo que puedo detectar ciertos cambios en la temperatura, auque tampoco podría asegurarlo. Tampoco estoy seguro de que el sentimiento sea absolutamente detectable. Cuando lo busco no lo encuentro, pero sé que está ahí, en algún lugar de mi cuerpo, o ¿puede que se halle en otro lugar? Si está en otro lugar, alguien lo encontrará y ya sabrá que hacer con él. Es posible que ese sentimiento no sea ni mío, acaso de nadie, un destello, un barrunto, un susurro, un suspiro, tal vez no buscamos donde hay que buscar, aunque no dejo de preguntarme el porqué de una búsqueda de algo que sabemos que ya está ahí, o aquí, o cuqui, cuquirrín, tirrín, tirríing, ¿quién llama?

—Hola (qué taal, ¿todobién? (¡sí todobién!), esto, lo otro, tal, en general y todo eso…), soy el vecino que vive a 2000 kilómetros de usted. He perdido el sentido y me he acercado con el fin de verificar la necesidad de recuperarlo. Usted no forma parte de esa ecuación, no se preocupe, eso es cosa mía, un ratito a solas en su cuarto de baño será suficiente para aclarar el asunto.

—La verdad es que yo ya me iba. Quédese unos días si así lo desea, ¿le importaría dejarme su casa este fin de semana? Le informo, con el fin de evitar malos entendidos, de que para mí, el fin de semana empieza el miércoles y estamos ya a… ¡Demonios! ¡Estamos ya a estiércoles! ¡Me voy volando, ¡no se olvide de sacar la mierdecilla resultante en saquitos de no más de tres kilos, pues podría caerse por las escaleras!

Todas las familias de más de un miembro deberían tener una granja y soltar todos esos animalillos a la buena de dios, que corran hacia el monte, y las familias y sus miembros también, y los vecinos. Desde el monte se ve mucho mejor lo preciosísima que queda la granja desierta, con las puertas todas abiertas oscilando al viento. No os olvidéis de llevar bocadillos y estiércol. Y no os preocupéis por nada, ya regresaréis algún día, pues, en la granja ya no hay nadie (antes sí) sentado en un sitio pensando en cuánto le está importando lo sucedido.


Ya está, creo que ese sentimiento ha pasado ya, ¿a dónde habrá ido? ¿Los sentimientos tienen movilidad propia? ¡Basta!

17.6.06

LLUVIA DETRÁS DE LA VENTANA II

LLUVIA DETRÁS DE LA VENTANA I

¿NOS CONOCEMOS DE ALGO, SEÑORITA?






No estoy seguro de conocerla, señorita, y, aunque se trate de una seguridad verdaderamente insegura, tampoco puedo hacer milagros acerca de mi conocimiento real sobre usted, lo cual es independiente de la aceptación que usted pueda, señorita, tener acerca de los mismos fenómenos.

Ni siquiera la opción que los milagros nos aporta, o la de los no milagros, o de cualquier otra cosa en general, como por ejemplo una pequeña corneja de color pardo o un muelle pequeño, logre empañar un hecho que, para una mente despejada, puede resultar evidente: “quizá no la conozca del todo”.

Lo contrario no podría afirmarlo con la misma rotundidad. En cualquier caso, por si se da la circunstancia de que yo llegue a ser ese yo que usted al menos aprobaría siquiera someramente pero, eso sí, con cierta calidez, vaya por delante mi más sincero afecto sin que un posterior efecto en usted, señorita, llegue a tener ninguna consecuencia sobre mí como “generador y receptor de acontecimientos”, sino como mi corazón
que es el suyo, señorita.

14.6.06

CONSISTENCIA



(Nota hallada en el bolsillo interior del pantalón del cadáver de un oficial desaparecido durante los graves enfrentamientos acaecidos tras el asalto de los "Alapérrimos de Ciudadela del Este" a la fortaleza también conocida por "La Inexpugnable" (nombre que poco más tarde sería cambiado por el de "La Exinexpugnable" por causas políticas), custodiada por el General Carter y un regimiento compuesto por un combinado de trece hombres y 14000 ocas sanas)

"Algunas veces seguimos los pasos de personas catalogadas como gatos y conejos hasta aquél rincón tras el que desaparecen adaptándose a la morfología del agujero, les seguimos y hostigamos sin tregua. Ese es el límite: el agujero por el que se cuelan.

Lo que nadie sabe es que soy una forma de vida que puede adoptar cualquier apariencia por complicada que ésta pueda parecer. Sin embargo, lo que no he podido conseguir por mí mismo es consistencia. No acabo de salir de la inconsutilidad por más que lo intento.

Les pondré al día sobre quien les habla. Mi origen fue un pensamiento flotante que flotaba y flotaba sin llegar nunca a desaparecer del todo. Concretamente el pensamiento al que me refiero fue este: "No lo sé, no acabo yo de…" Ese pensamiento, a fuerza de ocurrir, generó un tipo de vida inteligente al cabo de las décadas. Ese tipo de vida soy yo. Me he dado cuenta de que modulando los diferentes parámetros de los que consta un pensamiento, puedo construir cualquier imagen. La primera vez que lo intenté, me convertí en una lata de bonito. Rodé y rodé por los pavimentos hasta la extenuación, aunque es una manera de decir las cosas, en realidad yo no consisto nada más que en eso: en una alteración en la densidad de la atmósfera.

Con el tiempo descubriría que la consistencia se puede adquirir. Me dí cuenta de ello cuando, de manera fortuita me interné en un cuerpo sin "animación" o "sin vida" según dicen algunos, olvidado detrás de un seto después de una refriega (que friega dos veces o, al menos, más de una). Desde que lo habito (habo pequeño), ha mejorado bastante su apariencia. He conseguido frenar la descomposición de los nervios y ligamentos, pero con la piel me ha resultado imposible obtener el mismo resultado, en unos pocos días desapareció en su totalidad, dejando tras de sí un montón de virutillas.

He observado que con la ropa adecuada se puede pasar desapercibido, así que habitualmente voy vestido de esquiador. La gente de por aquí me llama “El esquiador” que según he descubierto recientemente, significa “El que esquía”.

Ando todo el día entre niños y perros, es como más cómodo me siento. Ellos parecen disfrutar conmigo. Y solemos ir a cazar gatos y conejos pero siempre acaban escondiéndose en esos agujeros. Lo que no saben es que yo también me voy a colar en esos agujeros. Puedo hacerlo. Sólo tengo que dejar durante un rato el cuerpo escondido entre algún matorral y crear la imagen de un gato o la de un conejo, por ejemplo.

Pero, ahora que lo pienso, tampoco es que le vea a la cosa nada especial, ¿y si los conejos decidiesen atacarme? Bueno, eso a mí no me afectaría… No lo sé, no acabo yo de…"

12.6.06

ENTREVISTA A ¡SUPER NORMAL!


(Dr. Röegter, Hotel NH, agosto 2005, Madrid, aprovechando un descanso durante la Feria Temática Internacional de la Pegatina y la Calcomanía, stand 58, “Animales domésticos y mascotas infantiles durante el período de entreguerras”)

—Buenas tardes, ¡Super Normal! y muchas gracias por tener la amabilidad de atenderme
—Buenas tardes, no hay de qué
—¿Comenzamos?
—¿No lo hemos hecho ya?
—Si, lo hemos hecho ya. Continúo. ¿Qué le trae por aquí?
—Las cosas normales de la gente, en general
—¿Qué hora tiene en ese reloj? (todo parece indicar que se trata de un reloj de la marca “Festina”)
Es la doce y veinte
—Gracias. ¿Cuál es su cantante preferido?
—Perales, aunque también me gusta Alejandro Sanz
—¿Corte Inglés o Carrefour?
—Los dos
—¿Es usted gay?
—No, que usted sepa
—No se habrá molestado, ¿verdad?
—¿Quién lo pregunta?
—Yo
—Y ¿quién es “yo”?
—Yo soy lo que usted tiene delante cuya densidad es, al menos, mayor que la del aire
—Qué curioso, yo pensaba que yo era yo
—Si, también, también
—¿Insinúa que yo soy más que yo, es decir, que yo no soy sólo yo?
—Discúlpeme, señor ¡Super Normal!, pero usted dice cosas muy raras para tratarse del verdadero ¡Super Normal!, ¿no será un usted un impostor?
—No sera así desde luego para mi tortuga, ella me ve normal
—¿Ah, si? ¿Cómo lo sabe?
—Porque su conducta no deja de ser normal ni un instante
—Me refería a ella
—Yo también
—Si, por supuesto, y ¿qué cree que piensa ella de todo esto?
—¿Hay algo que le haga a usted pensar que ella piense?
—¡Pero algo sentirá al respecto!
—Si, desde luego, algo inidentificable para usted y para mí
—Bueno, dejemos la tortuga fuera de esto
—Imposible, ella ya está dentro de esto
—Entoces salgamos nosotros
—Salga usted si quiere, perdone que no le acompañe, me voy a tomar otro mosto
—De acuerdo, gracias por su tiempo
—Yo no poseo tiempo, pero entiendo lo que quiere decirme, es la despedida, ¿verdad?
—Si, así es, la despedida, muchas gracias por todo ¡Super normal!, a su lado es muy difícil no sentirse un alienígena en el interior de una formación eventual de “aerogel”
—Muy bien, hasta otra

Breve nota escrita ese mismo día en una servilleta usada por el Dr. Röegter para intentar quitarse una mancha de café del pantalón (que acabaría haciéndose permanente en ese pantalon), durante el almuerzo previo a la entrevista:

“Pero, ¿ese no es ¡Super Normal!?”

Seguidamente hace una llamada por el móvil

“¿Moniquette? Suspéndeme la cita de ésta tarde, creo que acabo de ver al mismísimo ¡Super Normal! en la Feria, luego te lo explico, diles que las pruebas genéticas con el paciente 2 han dado positivo y que empezamos a retirar los injertos el próximo lunes, y no te agobies tanto con el material de la cámara frigorífica, ya he mandado que la sellen.”

8.6.06

UN DIA EN LA MONTAÑA (Continuación)





UN DIA EN LA MONTAÑA







He estado en el monte. Un día entero, hasta bien entrada la noche. Un acto de intimidad con la tierra y todos sus personajes silvestres. He permanecido sentado mucho rato en el mismo sitio, entre las flores, frente a formaciones rocosas indescriptibles, en el santuario de las águilas.

Me imagino los primeros homínidos sentados en una piedra observando con sus mentes vírgenes cómo transcurre un día, con sus cambios de temperatura, de luz, sus olores, texturas, formas todavía no catalogadas, sonidos todavía todos nuevos, la gran fiesta del campo y todos sus bichos; un enorme abejorro se posa un instante en mi brazo para enseñarme su trofeo: una hermosa merienda en forma de mariquita; mariposas de increíbles colores que se dejan acariciar, árboles dibujados por el viento, los colores derramados hacia el valle, verdes, violetas, amarillos, fucsias, sienas, ocres, bermellones, también colores oscuros indefinibles...

Estar sentado en cualquier sitio, andar un poco, escuchar el espacio, escuchar el secreto de un árbol, observar el vuelo de un águila negra blanca y miel, en círculos, muy cerca de mí, sabedora de mi presencia y de todos mis detalles.

Cuando va llegando la noche me doy cuenta de que nada empieza y nada acaba, todo va siendo como es.
Del individuo que ha subido a este maravilloso lugar, solo queda una sombra perdida entre las sombras, quien quiera que yo sea, he llegado a casa

7.6.06

TODO EL TOLDO. LA AUSENCIA DEL OTRO


Agrio como el cetrín, agradecía sin embargo cualquier agrado. Agreste personaje de los sagrarios agrarios, Fabio Octavio Labio Primero II, vicebisnieto de Fabio Octavio Labio Primero I, tuvo la urgente necesidad de entoldarlo todo. Todo se entoldó incluyendo todo lo que se pueda creer que no es todo. Nada de todo ese todo es del todo el todo, si por todo nos referimos a todo lo que se entoldó. Al parecer no todo es toldo, pues por lo que sabemos, el toldo no es todo el toldo todo el tiempo, pues en ocasiones una parte de todo el toldo es la que prevalece ante nuestros ojos cuando el sol ha herido nuestros fotorreceptores oculares al salirnos del perfil del toldo.

Poseía barriga dura de burro y, no siendo gordo, lo era, y no siendo motorista cervecero, lo parecía, motivo por el cual no necesitaba ni moto ni cerveza. Su gran pasión era el entoldamiento sistemático de todo. Lo máximo a lo que llegó fue o es o está siendo el entoldamiento de todos los toldos, incluso de tolditos atodados en toditos pequeños y bien numerosos, pues grandes hay pocos y pocos parecen muchos cuando son grandes.

Esto lo cuento desde el pasado remoto y llego a esta memoria consciente de este ahora recordado con unas cuantas palabras anudadas al tiempo presente con dos o tres lazadas para que quede bonito, porque si esto va de lo feo que es todo, lo entoldo todo y conmigo dentro, yo Fabio Octavio Labio Primero II, vicebisnieto de mi vicebisabuelo ya mentado y aumentado por doble presencia de una sola ausencia, resultado final de la elipsis de su nombre. Hasta su nombre entoldo porque con el mío basta.

Ahora a ver quién es el valiente que quita todos esos toldos. Yo no veo nada, ¿tú ves algo? ¿oiga?

Lo que imaginaba, estoy solo. Ignoro si más tarde será distinto. De momento voy a dejar de hablarme, pues si estoy yo solo, no me hago falta hablarme, ya se lo que digo sin necesidad de producir sonidos, los sonidos los tengo en la cabeza.
(Aunque se está bien siendo sólo yo, la idea del “otro” es de lo más sugestiva, pero sería una escisión insoportable)

El recuerdo del otro me hace hablar otra vez en voz alta
Por favor, hola. Hola, por favor.
Sé que estás ahí, ¡Haz el favor de salir de donde estés con las manos sujetadas a los brazos a la altura de las muñecas! (Es para evitar sustos. No quería gritarte).

Ayúdame a quitar todos estos toldos. Estoy aquí debajo, aunque no me oigas, ¿no notas mi ausencia?

3.6.06

LA DUDA


—Tengo una duda.
—¿Solo una? Enhorabuena, y si es usted tan amable…
—¡Espere, espere! Ahora tengo dos dudas.
—Entonces, enhorabuena dos veces, si me disculpa, tengo que atender a…
—Está bien. Dudo de todo.
—Ah, bueno... ¿ve ese camión de allí?
—Si, si, lo veo.
—Si está seguro de que lo ve, usted no duda de todo.
—Bueno, en realidad, no es que lo vea, ocurre que confío en usted.
—Entonces, ¿no lo ve?
—No, no lo veo.
—Eso es también una certeza, así pues, usted no duda de todo.
—La verdad es que tengo dudas acerca de lo que dudo o no dudo.
—¿Usted duda sobre si tiene dudas acerca de lo que duda o no duda?
—Lo dudo.
—El hecho de dudarlo, ¿no le produce alguna duda?
—Podría decir que unas veces dudo y otras no. ¿Cuál es el volumen de dudas necesario para que usted atienda mis dudas?
—Qué quiere usted.
—No tener dudas.
—Usted no tiene dudas, las dudas le tienen a usted, qué duda cabe. Su resistencia a dudar le tiene preso.
—Ah... y ¿qué me sugiere que haga?
—Lo primero, vaya detrás de ese camión a llorar un rato y luego vuelva.

Se va a llorar un rato detrás del camión.
Al cabo de un rato, regresa.


—Ya estoy aquí, he llorado un rato detrás de ese camión, ¿qué debo hacer ahora?
—Bueno, ha llorado y ha vuelto, creo que es suficiente.
—Pero, ¿y mis dudas?
—Yo no le puedo decir nada más que esto: “Vaya detrás de ese camión a llorar un rato y luego vuelva”.