CUANDO NO ESTOY
Aunque el sol no ha iniciado su retiro detrás de aquellas montañas azul cobalto, o quizá sean nubes o el mismo mar que evapora sus secretos, quién sabe, la tarde se convierte en un agradable paseo a lo largo de una playa casi vacía. No hay nadie, ni siquiera yo. Solo está el paseo y un montón de pensamientos libres. No los juzgo ni los califico, no lo necesito, porque no estoy. Observo en silencio:
Esto, lo otro, tal, etc… Qué pasa, ¿es que nadie me escucha? ¿Oiga? ¡Ciudadano americano, se le han caido 200 dólares! Ah, igual es holandés. Hmmm, creía que la rodilla me dolía pero no voy a bajar a comprobarlo… Qué increíblemente bello es todo esto, no está nada mal para tratarse de un pueblo marítimo cuya carretera nacional todavía discurre a lo largo del mismo. Otra concha en forma de corazón, ¿querrá decir algo? Qué ganas de mear, aquí mismo va a ser… Li lirri, lirri lii… ¡Anda, me había olvidado de… bah, lo dejaré para otro día, qué ganas de quedarme aquí un rato, que cosa más rara un rato, es como el masculino de rata, las ratas ¿no son como los conejos y como los canguros? Mi amigo Alberto… qué cara tan singular tenía, pero eso es solo una impresión, no recuerdo su cara, creo que era más bien larga, con ojos de almendra, tenía una bici super chula, corría casi tanto como la de Angelico Patatico. No, Angelico Patatico era el que más corría. Pero mi bici tenía un delicioso color crema y sus ruedas olían tan bien, y el ruido de la dinamo en la llanta que producía aquella luz mientras cabalgaba en la noche… Como si fuese ahora… ¿no lo es? No es posible que ahora no sea ahora. No vivo en otro sitio…
¿Dónde está mi conciencia? (¿Quién lo pregunta?)
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