16.1.13

LUZ EMITIDA Y LUZ REFLEJADA


Alverlo Gracia, el oftalmólogo, perdió su monóculo en uno de los innumerables bolsillos de su chaqueta militar. Nunca supo en cuál. Por eso su búsqueda había sido difusa y desganada, pues no había sido educado para hurgar eficazmente en bolsillos. A partir de entonces su mirada se volvió taciturna.

"Toda mi vida mirando luz reflejada en objetos, y ahora todo lo que veo es la luminosidad en sí misma. Parecieran dos vidas diferentes", se dijo.

El mundo se transformó ante sus ojos en una alegoría fantástica, gamas de frecuencias cromáticas en danza perpetua, transiciones sutiles, colores nunca antes percibidos, los objetos de antaño ahora se habían convertido en concentraciones de color en proceso constante de transformación, forma y vacío en perfecto maridaje...

Frente a él se hallaba un antiguo amigo de su otra vida:

—¡Alverlo! ¿eres tú? ¿no me conoces? soy yo, Justo Delgado, tu compañero de pupitre en aquél curso de calderería naval, cuando creíamos que todavía era posible vivir del metal en el interior de los océanos...

—Hola Justo, antes de que desaparezcamos los dos en esta nueva concentración cromática en la que estamos involucrados, déjame decirte que he extrañado tus contornos y el dibujo de tu cara al sonreír, pero eso ya no significa nada para mí. No se trata de falta de empatía ni nada parecido, estoy hablando de que para mí todos los infinitos puntos unidimensionales del espacio son igualmente significativos. Por ejemplo, ahora estoy verdaderamente sobrecogido por cómo está afectando a la gama de los ocres tu irrupción en este lugar. ¿Te has fijado en lo que está sucediendo a un metro de ti, literalmente en el aire?

—La verdad es que me cuesta hacerlo sin poner los ojos bizcos.

—Es inevitable, pero no es tan malo como nos dijeron. Los ojos bizcos no siempre son un síntoma de enajenada obstinación, o algún tipo espasmo postraumático, sino que sirven para ver lo que sucede en el espacio vacío donde siempre hemos pensado que sólo hay aire sin más. Nuestra mirada siempre ha buscado la ilusión de tangibilidad en el objeto iluminado, y el resto pareciera no haber existido. Sin embargo los objetos no son sino luz reflejada, concentraciones de color... la luz en sí puede igualmente ser observada a pesar de su falta de definición en la forma. Pero, si he de serte sincero, las formas cada vez tienen menos significado para mí, y no es por falta de motivación, o a causa de la edad, sino que sencillamente la forma y el significado de cualquier cosa van perdiendo sus contornos hasta su disolución natural durante el decurso lumínico...

—¿Y qué es lo que vas a hacer ahora que ninguna cosa significa nada?

—Creo que en este momento voy a fundir a oros...

Ciao amigo, quizá de momento no pueda acompañarte, pero sabe que siempre admiré tu extraordinaria habilidad para navegar en la incertidumbre tal como si te dieras un agradable baño en las cálidas aguas de la Tierra Pura.