21.12.07

YA HEMOS LLAMADO AL EDUCADOR FAMILIAR


El educador asignado llega a la casa familiar. Se instala en la buhardilla hasta la noche.
Llegada la noche, casi todos duermen…

—¿Puedes oírme?
—Sí. Te escucho.
—Empieza ahora.
—A qué.
—Empieza sin ningún objeto. Sólo empieza.
—[

—Siento que he empezado. ¿Qué ha pasado todo ese tiempo anterior, cuando todavía no había empezado?
—Nada.
—Cómo podría trasladar a palabras esto que siento, esto que quiere salir, mi vida hasta este momento, el impulso que hace que vaya en un sentido y no en otro, lo que hago y lo que no hago. Y la creciente sensación de que conozco a todo el mundo, de que todas las experiencias son la experiencia. Tengo tanto que contar, aunque sé que contándolo desmenuzaré su sentido hasta hacerlo incomprensible. Quizá sea por eso que no lo cuente. Pero ahora quiero contarlo, es mi tendencia natural, o ¿no lo es?
—La tendencia natural verdadera se advierte con facilidad, ¿te has fijado bien?
—Yo creo que sí.
—Entonces es tu creencia.
—Sí, pero si lo creo mucho, ¿no acaba siendo verdad?
—Si lo crees mucho sí, ¿lo crees mucho?
—No lo sé. Preferiría que fuese cierto sin más, sin el peso de la creencia. Ojala fuese cierto…
—Bien. Hemos terminado por hoy. Y hemos empezado de nuevo. Sigue así y llegarás cerca. Ahora me voy a tener que ir yendo. Continúa hablando mientras tanto, que yo ya te iré escuchando...

17.12.07

BREVE HISTORIA DE UNA INVERSIÓN


A alguien le ocurrió esto.


"Hace no mucho, decidí comprar un apartamento con garaje y trastero en un barrio de una ciudad pequeña. Pensé que tener el dinero invertido en una vivienda era mejor que depositarlo en el banco y ver cómo este va desapareciendo (una creencia todavía hoy muy extendida).

Una vez comprado, y después de comprobar que todo estaba bien, dejé de hacerle caso. Pensé que sería suficiente con dejar que el tiempo corriese favoreciendo el incremento del valor del inmueble.

Pero resultó no ser suficiente. La vida me ha enseñado que hay que dar valor a las cosas. En caso contrario las cosas se devalúan, de apagan, mueren. Y más aún en el caso de una vivienda, un espacio donde las personas viven. Dejarlo vacío es como clausurarlo.

Y ocurrió que pasado un tiempo, sentí el impuso de ver por primera vez la ubicación del garaje y el trastero habiendo considerado su existencia de forma superficial hasta ese momento. Bajé al sótano 3 y comprobé el número de la plaza y el del trastero. Entonces tuve la idea de abrir por primera vez esa puerta. Introduje la llave, giré la cerradura y como estaba a oscuras no pude ver nada en un principio. Hasta que descubrí un interruptor situado en la pared, al lado de la entrada. Lo accioné, la estancia se iluminó, y vi lo siguiente:

En el suelo había un colchón cubierto con una sábana azul, una mesita baja con algunas botellas de cerveza vacías, un cenicero con colillas, condones diseminados por el suelo y unas cuantas frases escritas en la pared con algún dibujito ilustrativo.

Había frases como éstas

“Siempre serás mi bebé”

"Nunca pensé que sentiría lo que siento
todavía mi corazón te lleva dentro
y yo te llevo en el alma
[*…Te Kiero…*]”

Me quedé un rato largo parado en el interior de ese trastero sintiendo muchas cosas. Una indescriptible ternura, un soplo de aire fresco en medio de un mundo que parecía estar pudriéndose, un oasis amoroso donde el tiempo se para, donde lo único importante es el descubrimiento del amor cuando todavía es puro, un paraíso interior, jardines del alma…

Y también la confirmación de que ese piso había alcanzado su valor más alto. Un piso inadvertidamente habitado, vivido, disfrutado en sus entrañas, en el sótano 3, en el lugar donde se suelen dejar los trastos, un apéndice escondido, acaso soñado.

Dejé todo como estaba, cerré la puerta, y me fui. Por algún motivo sentí que la vida me estaba sonriendo."

9.12.07

EL MÚSICO AMBULANTE


Los gatos maullaban durante las frecuencias más agudas, y seguían los tonos descendentes del instrumento con largos lamentos igualmente descendentes. Eran como un coro improvisado que daba un matiz sobrenatural y lastimero a mis intervenciones. Pero estaba seguro de que de presentarse la ocasión esperada, mi música llegaría hasta lo más profundo de sus corazones.

Hola. Me dedico a tocar el theremín en la puerta de las iglesias. Me suelen dar dinero, pero lo que más me gusta es que me escuchen, y no para que vean lo bien que toco, sino para sentir que ellos sienten lo mismo que yo siento. En esos momentos el mundo desaparece y me encuentro como sintonizado con algo que a su vez sintoniza conmigo, pero el caso es que yo en esos momentos estoy desaparecido.

Sólo después, cuando lo recuerdo, me puedo hacer una idea bastante vaga de lo sucedido. Y de la misma manera que el sueño profundo sin sueños desconecta mi consciencia, así sucede durante mis encuentros con esos oyentes anónimos, aquellos quienes han decidido detenerse unos momentos para escuchar a un extraño. Y resulta que lo extraño no es tan extraño.

Es curioso que cuando regreso del sueño profundo inconsciente no lo haga lleno de pavor a ese mundo desconocido donde he dejado de existir quien sabía si para siempre, sino que por el contrario a menudo desaría no haber abandonado ese lugar. Mis recitales con el theremín me llevan a ese estado.

Sin embargo

1. Cuando me dicen “por qué no tocas una conocida”, ocurre que me suelo ir arrugando poco a poco, hasta quedarme prácticamente dormido.

2. Cuando me dicen “por qué no tocas una más animada”, sencillamente me apago como se apaga el último resplandor de una vela póstuma.

Hace unos días tocaba al pie de las escalerillas de la parroquia ante un grupo de ancianos que (durante el recital) me hacían animadas preguntas acerca de la indigencia.

En otra ocasión, tocando delante de una iglesia ante un nutrido grupo de bebés, pues sus madres (en la cafetería) habían notado que “delante de ese pobre, los niños se duermen en un santiamén”, había una mujer (¿la cuidadora de todos los bebés?) que me observaba a media distancia. Su quietud contrastaba con el trasiego natural de la plaza. Cuando me acerqué lo suficiente, me di cuenta de que se trataba del cartel de una obra de teatro. Curiosamente el cartel (sin marco ni soporte de ninguna clase) no estaba pegado a ninguna pared, sino que se mantenía sin más sobre el suelo, en mitad de la plaza. La protagonista ocupaba todo el espacio. Aparecía simplemente de pie mirando directamente al espectador. Sus ojos traspasaron de tal forma mi entendimiento que éste quedó desactivado. En aquél momento supe que me habían sintonizado. El título de la obra y el lugar donde se representaba se podía leer bajo la foto: “Nadine te mira”. Teatro Boulevard.

A partir de entonces decidí trasladar mis actuaciones ante la puerta del teatro con el secreto anhelo de llegar a encontrarme con la mujer del cartel al final de alguna representación, aunque al cabo de unos cuantos días pensé que lo más probable es que saliese y entrase por alguna otra puerta trasera.

Me trasladé de nuevo al otro lado del edificio, en un callejón estrecho y sombrío por el que constantemente no pasaba nadie. Mis mejores notas salieron del instrumento durante aquellos días a pesar de la ausencia de aforo, como no fueran los gatos cuyos desgarradores cánticos imprimían un sesgo trágico a mis actuaciones. A pesar de todo no perdía ni la esperanza ni la compostura. Estaba seguro de que en cualquier momento ella acabaría apareciendo tras esa puerta, y quería darle la mejor primera impresión posible.

Pero Nadine no aparecía.

La única persona que abandonaba el teatro por la puerta trasera era un señor muy anciano cuyo oficio de acomodador le obligaba a llevar la cabeza un poco gacha y una mano extendida como esperando recibir algún objeto pequeño. Llevaba una linterna colgada del cinturón, traje ajustado negro con bandas laterales rojas, y una gorra de telegrafista. Solía quedarse a escucharme algunos minutos, y a cambio yo le preguntaba por la misteriosa dama a quien todavía no había tenido el placer de conocer (¿la ha visto? ¿la conoce? ¿sabe por dónde sale?).
Su respuesta era siempre la misma:

“Pues que usted es su músico, ella se encuentra a salvo”.

3.12.07

SOBRE LAS ADICCIONES



1. No es necesario ir contando a todo el mundo lo poco adicto que es uno a ninguna cosa. A ellos les pasa lo mismo.

2. El miedo crea adicción a la protección soñada.

3. Hay quien dice que sólo bebe mosto y que sólo cena caldo. Suelen tener la piel muy blanca. Están entre nosotros. A veces somos nosotros.

4. Todo esto también se puede decir alegremente (ahora ocurre eso).

5. Hay quien ha oído decir “¡quítenme ese bicho (un guante de látex con pelos) de la espalda!”, y se ha ido corriendo a coger el autobús de regreso sin mirar antes los horarios.

6. Las opciones y no están permanentemente disponibles. Constantemente está empezando todo.

7. La normalidad crea una adicción muy normal.

8. Adicción tiene dos ces y adición sólo una.

9. El cuerpo es un proceso químico constante que continúa más allá de la propia vida del cuerpo.

10. Vivimos inhalando un gas. Hasta que abandonamos la dependencia.