30.10.07

PULGARCITA


Pulgarcita iba saltando alegremente por el bosque (lo que hacía sonar su cascabel) cuando de pronto… no apareció nadie.

Los conejos corrieron hacia sus madrigueras, el cielo pareció oscurecerse, los lobos comenzaron a aullar. “No está mal para no aparecer nadie”, pensó.

De pronto, Pulgarcita sufrió un vahído y cayó al suelo. El bosque se tornó rojo, y después cesó el color. Siguió no apareciendo nadie. “Con la cantidad de cosas que están ocurriendo en mi ausencia, se diría que ahora hay alguien que antes no estaba”, habría pensado Pulgarcita de haber permanecido consciente.

Pulgarcita despierta repentinamente y advierte su propia presencia. Ante la sorpresa de encontrarse ante sí misma sufre otro desvanecimiento y cae de nuevo al suelo.

Así ocurrió una y otra vez hasta que Pulgarcita encontró la manera de controlar su propensión a los vahídos y logró mantenerse consciente ante su propia presencia. Tras un largo silencio, se dice: “¿Así que esta es la misteriosa entidad que parecía estar detrás de cada paso que daba? El juez implacable y su condena silenciosa. Todo ha sido cosa mía”.

Después del episodio

Pero ocurrió que mediado el otoño, unos leñadores se encontraron a Pulgarcita atrapada en una enorme telaraña. Parecía estar muy contenta a pesar de su situación. Una vez liberada y depositada en el suelo con suavidad, se fijaron más en ella. Iba vestida de azul y rojo. Tenía los ojos muy redondos. Como llevaba un pañuelo de cuadros en la cabeza no se pudo saber el color del pelo, y como no tenía labios, sino comisuras, tampoco se pudo saber si trataba de decirnos algo o si nos estaba enviando besos. Finalmente, Pulgarcita dice:

—Sí, mis gentiles amiguitos. Son besos lo que os envío, gracias por salvarme, aunque no era necesario. En esos momentos yo era una araña que disfrutaba de una tarde agradable en mi casa elástica. Todo estaba bien. Pero ahora soy otra vez Pulgarcita, así que voy a seguir disfrutando.

Coge su cestita, se ajusta la pequeña capa que apenas cubre sus hombros, se incorpora, dice gracias, y se va otra vez a saltar por el bosque, lo que hace sonar su cascabel.

25.10.07

SUPER NORMAL BAJA LA BASURA (Anotaciones de juventud)


Es de noche. Estoy bajando la basura. Bajar la basura es una actividad muy agradable y relajada. La presión ambiental cesa de pronto y uno sencillamente está a solas consigo mismo mientras se deshace de unos cuantos hechos.


deshaciendo
un acuerdo inconveniente,

un nudo, una maraña,

deshaciendo unos hechos.


Las hilachas que languidecen por los costados acaban descansando en el suelo. Algunas se pegan a la mano.
Todo es despojado de todo. La carcasa se desmenuza en el viento. Lo que había de morir, muere. Solo queda lo que vive.

Las nubes iluminadas por la luna se reflejan en los charcos. A medida que avanzo las cosas retroceden. Cuando paro, algunas cosas paran. Me doy cuenta del aire, de la temperatura, de los sonidos que aparecen y de los ya estaban, del peso de la bolsa de deshechos, de la volatilidad de los pensamientos. Continúo mi paseo hasta el contenedor gris, abro la tapa, echo la bolsa y cierro la tapa. El viaje de regreso es sin bolsa.

Encuentro una pelota de tenis amarilla bastante limpia. La cojo y juego un poco con ella. Luego la dejo encima de un murito. Miro la hora que es. Es la doce y media, qué poco tarde es todavía, las farolas emiten luz dorada, hay una chica y un perro, ahora mismo no hay ningún problema.

Ya estoy en el portal. Mis pasos ocurren. La tela que recubre las paredes del recibidor (esa pieza) hace aún más confortable este paseo interior. Saco las llaves del bolsillo, abro la puerta y entro en casa. Ahora hago esto.

22.10.07

VIAJE AL CERO (Versión hágalo)


¿Se ha preguntado alguna vez qué clase de resultado es cero entre cero?
Haga la prueba en una calculadora y vea qué le dice al respecto.
En la mía dice: “no es ningún número”.

Cuando cero se multiplica por sí mismo, el resultado es sí mismo.
Cuando se multiplica por otro número, el resultado es cero.
Invariablemente.

¿Qué es un abrazo sin cero?

—Gire en la primera rotonda, es decir, la rotonda cero, y cuando llegue a la segunda rotonda, es decir, la rotonda uno, habrá experimentado la unicidad escindida.
—Gracias, ¿los querubines me los puedo llevar a casa para sentarlos en mis rodillas mientras vemos todos la tele?

¿Cómo podemos experimentar el cero?
Las primeras propuestas llegadas desde un pueblo de siete habitantes fueron estas:

1. Viajando en árbol.
2. Entregándose al vacío sinceramente. (Cerrar los ojos y acurrucarse en un rincón no sirve para nuestro propósito. Aunque no tenemos por qué saberlo. El resultado en cualquier caso es cero).
3. Pidiendo a una calculadora que divida cero entre cero y observando la respuesta con detenimiento.
4. Haciendo la o con un canuto.
5. Durmiendo o muriendo.
6. Queriendo en casa a alguien.
7. Desapareciendo.

En mi primera clase de inglés se me ha pedido que construya una historia en torno a cinco palabras escritas en unas tarjetas a elección del profesor.
Las palabras eran: pájaro, nido, pato, piedra y guante.
La primera historia que apareció en mi conciencia me envió directamente al cero.
Cuando me recuperé, reproduje la historia y envié al teacher al cero.

Visitamos nuestras antiguas casas, como fantasmas, dando algunos rodeos, pues ya casi no nos acordábamos de dónde estaban. Y sí. Las casas parecen seguir estando en aquél mismo sitio que imaginábamos.

Pero el caso es que nunca nos hemos movido de el sitio.
El cero otra vez. Acaso la última.

18.10.07

PARA QUIEN QUIERA PRUEBAS


Si usted intenta elevarse en el espacio tirando hacia arriba fuertemente de sus orejas se encontrará con una de las más fascinantes paradojas que la física vigente le pueda proporcionar. Merece la pena intentarlo con esperanza sincera. De no ser así, huya lo más rápido posible de ese asunto. La primera pérdida es la pérdida más pequeña.

Una muchedumbre se congrega en torno a una tarima sobre la cual el Dr. Röegter se dispone a elevar su cuerpo en el espacio tirando hacia arriba fuertemente de sus orejas “con una notable carga de esperanza verdadera” según afirmó durante su discurso preliminar.

“Mi querida Berta, espero que puedas perdonar esta insensatez, aunque he de decirte que esta insensatez para mí no es tal, sino la prueba definitiva de que cualquier cosa de cualquier índole es para nosotros una creencia programada en el cerebro, que puede ser sustituida por cualquier otra sin que notemos oscilación alguna entre sus respectivos niveles de veracidad. Así pues, ¿qué importancia podrá tener ninguna cosa? Y sin embargo este paso ha sido únicamente posible gracias a ti, pues me has procurado la motivación suficiente para alcanzar la claridad y el discernimiento. Siempre gracias”.

EL DR. ROËGTER TIRA HACIA ARRIBA FUERTEMENTE DE SUS OREJAS

La expresión en los rostros de la muchedumbre refleja un alto grado de excitación.
Aunque desde aquí no lo podamos ver, es totalmente seguro de que algo está pasando.
Hay niños subidos a tapias. Voy a preguntar.

—Hola niños, ¿qué estáis viendo desde allí?

14.10.07

EL DETECTIVE DEL SEGURO SE FIJA EN COSAS. PERO NO SE PREOCUPE. NO LE VA A LLEVAR A USTED EN UN SACO.


Piensa que hace bien las cosas.
Hace caso a todo lo que se le dice y pone las caras que se esperan de él.
Ha aprendido a decir lo que se supone que tiene que decir con genuina voz de bueno.
Además cojea un poco (¿es que no ven cómo está?).
Si le entran ganas de toser se va a otro sitio donde no se le oiga, o se le oiga lo menos posible.
Con todo esto se puede ver claramente que no hace mal a nadie.

Si es usted Pepe Toño en este momento, sepa que podrá seguir yendo al cine con toda naturalidad. El coco ya se ha ido. Pero no haga movimientos bruscos cuando le asignen un balde para sentarse.
Ya ha pasado todo. ¿Qué recuerda? ¡No me conteste todavía! Voy a ver si hay alguien escuchando.

NO HAY NADIE ESCUCHANDO

—Continúe, pero antes sepa que lo que usted cuente quedará registrado en el interior del “cono”, es decir en el interior de su pequeña cabeza cuneiforme. Además es prensil, ¿se ha fijado?
—(¡Suélteme la cabeza, se lo ruego!)
—¿Qué recuerda? Adelante. No se incorpore.
—Recuerdo únicamente lo que va sucediendo ahora, ¿a eso se refiere?
—No, me refiero a su accidente en el parque de atracciones.
—¿Esto es un parque de atracciones y usted es una noria que gira y gira?
—Va muy bien, prosiga.
—Si. Tengo una ligera sensación de vértigo. Al principio era muy bonito verlo todo desde aquí arriba, pero al segundipio ya me quería bajar. No veo familiares ahí abajo saludando o haciendo cola. No veo personajes de dibujos animados haciéndose fotos con niños. Le veo a usted haciendo gestos a alguien que está detrás de mí. (No puedo verlo. No puedo girarme). Creo que está sujetando el cono con demasiada fuerza. Si sigue así se le va a terminar escurriendo. De todas formas, sepa que para asir eficazmente el cono, tendrá que usar ganchos. Aquí tiene uno si quiere.
—No se preocupe, tengo ya toda la información que necesito aunque me resulta imposible comprenderla. No se cuelgue de ahí. Vaya a asearse y procure dormir un poco. Si quiere darme un saludo de despedida, sepa que estoy detrás de usted. No se inquiete, es mi trabajo.

ALGUIEN HABÍA CUBIERTO LA CASA CON MERMELADA

—Vea cómo está todo.
—Todo el mundo sabe que la mermelada está muy rica.
—Sí pero la casa se ha empalagado. Ahora sufrimos de hastío y desgana permanente. Fíjese en mi marido.
—Entonces ya saben lo que es vivir dulcemente.

EL TERCER CASO

Super Normal, que en ese momento iba por la calle, se detiene. Ante él, un señor disfrazado de detective del seguro se afana en introducir una enorme bola de papeles dentro de una carpeta de color azul claro. El cartón ha llegado al límite de su resistencia y todo cae al suelo. El maletín, la bola de papel y la carpeta, todo acaba depositado con fuerte determinación en el contenedor más cercano. Se sacude un poco los pantalones por puro acto reflejo y cuando sube la cabeza se encuentra con Super Normal delante de él y en absoluta inmovilidad.

—Está usted tan quieto que a su lado parezco un manojo de nervios. ¿Tiene hora sin embargo?
—Sí. Es la dos y media
—Tiene razón (comienza a dar saltos).
—Yo no deseo poseerla, ¿la quiere usted?
—Sí. Claro que la quiero, pero ¿no la quiere usted?
—Sí, claro que la quiero pero no deseo poseerla.
—A su lado parezco un poseso (agitando los brazos y no parando de saltar).
—¿A quién le parece usted un poseso?
—Yo no soy un poseso (gira sobre sí mismo como una peonza).
—Sí. No lo es.
—Siento que me disuelvo en puro movimiento. Tengo toda la información que necesito pero me resulta imposible comprenderla.
—Entonces le sugiero que asigne a su comprensión otro destino.
—¿Nos cambiamos las camisetas? ¿Qué le parece la mía?

Super Normal se quita su camiseta de algodón y hace el cambio.

—Adiós.
—Hasta luego.

8.10.07

¿VAS A SALIR?


Qué suerte, a mí también me gustaría (salir), pero vete a saber qué te encuentras por ahí, ¿no te da miedo? Imagínate que te encuentras un enorme bicho de goma con pelos que te quiere comer, ¿qué harías?, no tendrías a quien acudir, estarás solo, en un mundo desconocido, quizá no puedas respirar bien, o te caigas en un hoyo muy profundo, o te quedes pegado a una enorme telaraña.

No tienes por qué irte…
Aquí tienes todo lo que necesitas, esporas, neurogéptridos, mucosidades, poca luz (para que no tengas que mirar nada), largos períodos de inconsciencia, ¿qué más quieres? Me tienes a mí, alguien con quien estar callado, y con quien esperar el cese de todo, que seguro llegará pronto, no desesperes.

Deivid…
Vuelve, Deivid…

En fin, si ya está decidido, ¿podrías traerme si vuelves por aquí,
una prueba de que todo mereció la pena?

Porque vas a volver, ¿verdad?

Deivid…

Qué suerte.

3.10.07

¿CÓMO DESEA LA LECHE, CALIENTE O TEMPLADA?


Por alguna razón, desde hace no mucho, en los últimos tiempos, cuando pides un café con leche, la pregunta habitual es “¿la leche la quiere caliente o templada?”, y yo no puedo contestar ni una cosa ni la otra por el siguiente motivo: en la mayoría de los casos la leche caliente es sinónimo de severas quemaduras bucales, lo que hace que la ingesta se demore más allá de lo soportable. Por otro lado, lo que se conoce como leche templada es en realidad leche fría que suele acabar con el calor inicial que el café recién hecho posee.

Así pues, a la conocida pregunta de si prefiero la leche caliente o templada, respondo que “más bien calentilla pero no demasiado”, a pesar de lo cual la pelota sigue estando en el tejado vecino, en manos de interpretaciones desconocidas que producen resultados inciertos. A veces ese tipo de respuestas no son del todo bien recibidas, sobre todo cuando entran por un lado extraño de la percepción del camarero en momentos de gran agitación, o cuando hay mucho trabajo, o cuando sencillamente ha tenido un mal día o una mala noche. En esos casos el café con leche se sirve con una temperatura indeterminada que pasa a segundo plano ante un café demasiado cargado y con sabor a quemado. La leche poco puede hacer en estos casos. Una alta dosis de azúcar tal vez pueda maquillar un poquito la cualidad petrolera del brebaje de color gris oscuro que aparece sobre el mostrador, pero el amargo regusto subyacente suele prolongarse durante unas cuantas horas, y aún su recuerdo aparece en los momentos menos esperados.

Un amigo me decía que siempre que pide café lo deja todo en manos del destino, confiando sinceramente en el criterio del camarero, quien no deja de ser una persona humana que en el fondo de su ser sólo quiere el bien del prójimo. Recomienda una frase que le ha deparado siempre agradables sorpresas: “la leche la quiero como si fuese para usted”, acompañada con una amplia sonrisa no exenta de complicidad.

Yo lo puse en práctica una vez y salí a hostias. Es posible que el excesivo atiplamiento de mi voz, y el vibrato final al decir lo de “es para usted” junto con la bofetadita añadida a modo de broche simpático, le resultase desconcertante al camarero. Pero la frase salió así. Yo no la recomiendo.

En cualquier caso, entrar armado con un hacha en la cafetería y ponerse el café uno mismo no da mejores resultados. Habría que tomarlo en otro sitio para estar tranquilo, y a lo mejor está lloviendo muchísimo y no se puede uno sentar en ningún sitio. Además es muy posible que también entrasen muchas ganas de hacer caca.

Tampoco parece una buena opción el trabajarse una relación larga y sincera con el camarero y manipular su mente según las propias preferencias con respecto al café con leche, pues tarde o temprano se acabaría descubriendo que el motivo original de la misma se basaba en la desconfianza. Una base muy poco sólida que acarrea tristísimas consecuencias.

Ahora que trabajo en una cafetería para animales domésticos me he dado cuenta de que servir todos los cafés a una misma temperatura de 70 grados, independientemente de la respuesta obtenida ante la pregunta “¿la leche la prefiere caliente o templada?”, es la mejor solución. De hecho, esa frase la utilizo ya muy poco.