31.5.07

SUPER NORMAL Y LA MOMIA DE ALEJANDRÍA



Cuando la momia se irguió, los dos egiptólogos que asistían al suceso murieron inmediatamente. Esto fue lo que sucedió a continuación…

—Herb, ¿tú sabes dónde estamos y qué es todo ese ruido detrás de nosotros?
—Pues verás, yo podría organizar el pensamiento en mi cabeza e intentar pasar a palabras una posible respuesta a eso que me preguntas, pero ya no tengo la motivación suficiente, creo que todavía estás, cómo lo diría… al alcance del ruido.
—Bueno, lo del ruido no es que me importe realmente, me conformaría con que me dijeras dónde estamos, ¿lo sabes?
, pero ¿cómo podrías saberlo tú por muchos datos que yo te diera acerca del lugar donde estamos? Nunca sería nada más que una réplica incompleta, un recuerdo recordado, un remedo vaporoso de lo que yo sé realmente (a ti te sucede lo mismo con respecto a mí), lo cual no tiene la más mínima importancia al carecer de todo significado.
—Se me ocurre que podrías echarme un cable, creo que no es mucho pedir (buches de culpa condensada).
—Sí a lo primero y sí a lo segundo. Por cierto, sí a lo tercero también si se diese el caso.
—No me abandones…
—Si. Ya que te vas a quedar, tal como observo (entonces no estás muerto), intenta hablar con Super Normal cuando regreses a tu lugar elegido. Y no te olvides de llevarle un regalo (por ejemplo un cinturón marrón ).

29.5.07

EL DOLOR DE CABEZA Y LA PASTILLA


—Como novedad (su escepticismo me conmueve), le diré que acabamos de recibir estas nuevas pastillas que sin duda mitigarán sus constantes dolores de cabeza por la zona frontal superior derecha en unos pocos días. Lléveselas y verá qué bien.

El cliente profiere un exabrupto ahogado. Su mirada expresa una indescriptible angustia pero al mismo tiempo suscita cierta amenaza moral, como un peligro sin identificar cuyo único destinatario es uno mismo, es decir, el que no es él. Sin embargo, no dice nada y se lleva las pastillas.

Un día, el cliente entra en otro establecimiento.

—Quisiera unas pastillas para el dolor de cabeza, pero no para cualquier dolor. A mí me duele exactamente aquí (señalando con su pañuelo en dirección a un lugar situado en la zona frontal superior derecha de su cabeza). Y le agradecería que no me diese una de esas pastillas placebo comunes que intentan colarme en todos los sitios a los que voy en busca de asistencia.

El farmacéutico era:

Un hombre muy mayor. A pesar de ello su mirada expresaba una autoridad impersonal, aquella que es muy difícil de refutar y que sin embargo no produce embargo emocional. Se comprende y se asume con igual facilidad.

Nunca vendió un solo producto que no funcionase. Ese era su propósito. La farmacia era un pretexto para llevarlo a cabo. No necesitaba dinero, vivía de rentas y herencias antiguas. De hecho, vivía en el pasado, “todo ha sucedido ya”, decía, “como de igual modo sucede ahora. Yo ya no estoy, y lo que ya ha sucedido es lo único que podía suceder, así pues, lo he hecho todo de la única manera en que podía hacerlo, es decir, de la manera en que ha sucedido. Hacer que las cosas funcionen parece estar en mi naturaleza, aunque tengo que añadir que nunca me ha gustado la mecánica”.

Así que después de una breve mirada dirigida hacia la zona indicada de la cabeza de su cliente, el anciano farmacéutico se introdujo en la trastienda que a juzgar por las resonancias acústicas que llegaban desde el interior, se intuía un lugar verdaderamente espacioso, con varias estancias y en distintos niveles. Al cabo de un rato de prolongado silencio, se oyeron los conocidos ruidos de cuando alguien se acerca con algún tipo de recipiente en cuyo interior hay “algo gordo de lo que no se puede ni hablar”, la lentitud de sus pasos cada vez más cercanos revelaban una cautela extrema en el transporte. Al fin aparece el farmacéutico de entre las cortinas con un enorme frasco negro que deposita con cierta precaución en el mostrador.

—Tómese esta pastilla. En casa. Cuando disponga de seis días libres. Deberá ser extraída del frasco cuidadosamente (suele arraigar en el cristal) e ingerirla inmediatamente, sin acompañarlo de líquido alguno. Procure no mirarse al espejo durante el proceso a no ser que quiera añadir más miedos a la cura. El tono azulado de la piel suele ser habitual durante las primeras horas, y aunque no desaparecerá del todo, se irá aproximando bastante, con el tiempo, a su tono de piel ordinario. No se alarme, pues sólo se trata de un cambio de frecuencia en la secuencia vibratoria de su cuerpo burdo. Se adaptará pronto. El pelo de las cejas desaparecerá completamente, lo que le dará una expresión más relajada a su rostro. Si por las noches siente deseos de comer cartón y goma, hágalo pero en pequeñas cantidades. Creerá en todo momento que está soñando, lo cual será cierto, usted nunca ha despertado, al menos hasta el momento.

—Me lo llevo. Gracias.

El cliente, casualmente, el mismo día que eligió para la toma (fue preciso ayudarse de unas tenazas para extraer una negruzca bola desinchada con pelos que había arraigado en las paredes del interior del frasco), perdió la memoria tras un fortísimo y prolongado acceso de tos en el momento de ingerir la pastilla prescrita. Desconcertado por la amnesia y la falta de aire, y sin ninguna referencia reconocible en la que apoyarse, pensó que vivir en ese estado de atragantamiento continuo era lo natural, así que con el tiempo acabó acostumbrándose...

YA OCURRIÓ TODO

El dolor de cabeza, al parecer, desapareció por completo.

Sin embargo, el cliente aseguraba una y otra vez ante las preguntas de su asistenta (quien venía a su casa dos días por semana con el fin ayudarle a recargar las baterías de los fuelles branquiales, cauterizar las hernias y revisar los depósitos de drenaje) que nunca había padecido, que él recordase, ese tipo de dolencia.

24.5.07

ULTIMAS TRIBULACIONES DE JUAN CASITODO


Juan Casitodo, el emplastador, a quien casi todo le parecía bien a pesar de lo cual experimentaba de continuo una infelicidad casi completa, tras años de forzosa desocupación (competir con el agresivo gremio de albañilería cada vez más equipado y organizado se había convertido en una tarea casi impracticable) decidió un buen día ir en busca de trabajo por el barrio chino.

Después de varios días de peregrinaje sin obtener ningún resultado, casi se había dado por vencido cuando Manolo Mariví, la gran dama del Music Hall de hace algún tiempo, después de haberlo visto deambular por las calles como un sonámbulo, de aquí para allá con su mono azul, su caja de herramientas y su enorme espátula, lo llamó desde el balcón de su casa/hospedería: “¿quieres venir a tomar un consomé conmigo y hablamos de emplastes?”, a lo que Juan Casitodo respondió que “muchas gracias, será un placer tomar algo caliente y de paso tener la oportunidad de mostrarle mi repertorio de habilidades como reparador de casi todo tipo de superficies, ¿puedo subir ya?”. Manolo Mariví le dedicó una sonrisa generosa y lo invitó a pasar…

Cuando Juan entró en la casa (traspasar el portal, subir escaleras, oler a coliflor, pulsar un timbre, esperar a que la puerta se abriese), y tras un amistoso recibimiento, observó a la gran dama con disimulado detenimiento. Por algún motivo la anchura de su cabeza le recordó a un antiguo televisor del geriátrico de sus tíos de Estepona. Los dedos de sus grandes manos (sostenían una copa de vino espumoso) estaban rematados por unas largas uñas de cerámica de color naranja. Una bata de raso muy semejante a un camisón cubría un cuerpo entrado en carnes y en años. Sin embargo, se sintió sumamente cautivado por el especial encanto que transmitía su persona.

Juan Casitodo depositó sus útiles en el suelo del vestíbulo al tiempo que sentía un agradable calor en el pecho, “vaya, tiene usted una casa muy acogedora, casi me dan ganas de quedarme a vivir para siempre, ¿recibe muchos huéspedes?”, y la dama responde que “últimamente muy pocos”, y agrega que “cuando no tenga donde acudir, cuando crea que los recursos se le agotan, cuando parezca que el frío se haya instalado definitivamente en su cuerpo, aquí tendrá sábanas limpias, comida caliente y compañía. Como compensación sólo tendrá que repasar algunas superficies (no todas)”.

Juan Casitodo, considerando su situación como una aproximación bastante cercana a la referida, aceptó sin reservas la propuesta y encontró de esta manera tan inesperada su lugar en el mundo, lo que son las cosas, tiene gracia, lo que hay que ver, jamás lo hubiera creído, etc.

Las tristes tardes de los domingos, y las frías mañanas de los lunes, y los martes escuetos y los desangelados miércoles de entresemana, y los jueves como vacío preludio anticipado de fin de semana no deseado, y los viernes con su fiesta sin fiesta y los sábados como último refugio, todo eso se transformó en cálido recogimiento, en tenue alegría compartida, un ir y venir de días sin nombre, un desconcertante paraíso íntimo, la realización de un viejo anhelo casi ya olvidado…

Y de esa manera tan inesperada, Juan Casitodo acabó siendo casi completamente feliz.

22.5.07

COSAS QUE HAN DE REVISARSE II


Un amigo me preguntó si estoy en contra de algo. Yo pensaba que no. Sin embargo le dije que me parecía un buen experimento actuar como si estuviese en contra de algo. Y tuve la fuerte impresión de que efectivamente estaba en contra de algo.

Estoy en contra de:

rendirse ante la falta de motivación

someterse al aburrimiento

dejarse arrastrar por la inercia de los viejos hábitos

no expresar todo lo que ha de expresarse por falta de iniciativa

vivir bajo la tiranía de la displicencia

oponerse al movimiento natural

negociar con la pereza

hacer las cosas muy bien con el único propósito
de que me digan lo bien que las he hecho

hacer las cosas muy mal porque falte el estímulo que la vanidad proporciona

sonreír forzadamente

considerar a los niños como seres incompletos cuyo criterio es irrelevante

la falta de generosidad en el compromiso

vivir como un muerto

18.5.07


Cuando estoy presente (la voluntad no interviene), todo es real.
Sólo quería decirte que te quiero.

14.5.07

ELOGIO DE LA AMISTAD. EL SER TESTIFICÁNDOSE.


Tu cara de color verde puerro pasa totalmente desapercibida entre el resto de las hortalizas, así que puedes enterrarte aquí durante el tiempo que desees. Dispondrás de toda la tierra que necesites, no dejes que los caracoles avancen hasta el cuello (últimamente se están mostrando un poco agresivos), y procura recordar tu condición humana al menos una vez antes de que la noche caiga del todo, o acabarás sucumbiendo al irresistible encanto de la condición vegetal en la que todo es clima, luz y ausencia de pensamiento. Dicho en pocas palabras: la gloria para los seres sintientes.

Instálate sobre el micelio una vez que las hifas se hayan desarrollado. Bebe de este vaso (batido de fosfatos con brea) y pon a secar tu último truño, lo necesitarás cerca para distinguirlo de los otros abonos. Cuando dejes de distinguirlo ya estarás integrado. Hasta entonces procura no descomponerte cuando la soledad del terreno te susurre las cálidas secuencias de la tierra.

No implores
No profieras
No evites la enfermedad. Es tu nueva biología. Incorpórala, siéntela tuya, una parte de ti. Ahora se puede escuchar muy definidamente la pequeña voz. Testifícate con ella. Transfórmala en comunicación.

Te regaré cuando lo necesites.

5.5.07

LUZ VERTIENTE. COBALTO, VIOLETA Y BLANCO.



Cansado ya de barrer el suelo con la mirada, la alzo (la mirada).
Un arriba alzado mira hacia abajo. Allí me encuentra. En la hipnosis de la gama baja.

Pero la gama no es baja, sólo es una frecuencia que se quedó enganchada en mi mirada. ¿Por qué he decidido mirar así? Cosas del plano, me digo. Como si la cosa no fuera conmigo…

Imaginé que el plano era una posibilidad muy probable. Vivir allí parecía tan real…
De hecho, el resto del mundo parecía habitar ese plano. Así que me quedé. Y resultó muy divertido observar tantas almas escondiéndose entre las formas, entre lo tangible, entre los otros. Entretenidos.

Este plano hay que vivirlo en todas sus frecuencias, me digo. Como si no fuese eso exactamente lo que sucede. ¡Velo, velo, velo!

Dicen que veinte patatas conectadas consiguen encender una bombilla, una pequeña bomba de luz. La luz es muy detallista. Pone al descubierto todos los detalles. Da la impresión de que los detalles no existen en la oscuridad, y quizá así sea, pero no hay modo de saberlo, pues los detalles, como las almas, se esconden de tal manera que parece que no están.

Es curioso verte con todos los detalles
cuando alzo la mirada.