23.9.10

NO ES TAN TARDE PARA SER SABADO


Pepetoño visita a su educador ministerial una vez cada tres meses con el fin de reponer el chip craneal y realizar el test correspondiente. Esta vez se ha instalado una configuración nueva en período de prueba, que parece estar dando muy buenos resultados a juzgar por las respuestas al interrogatorio de emergencia al que fue recientemente sometido.

La pregunta elegida en esta ocasión es la siguiente:

“¿Acepta que todo esto que hacemos
es un bien para usted?”


A lo que Pepetoño responde lo siguiente:

“Hay un momento en la semana en el que accedo a un estado de bienaventuranza que parece estar fuera de todo antagonismo: el sábado. Dado como soy a llevar una vida considerada por la mayoría del mundo como normal, durante la mayor parte de los días mi cabeza está ocupada por tribulaciones de todo tipo que me hacen pensar que la vida es una estúpida sucesión de acontecimientos absurdos donde la sensación de paz es sistemáticamente vulnerada por una suerte de continuo desasosiego subyacente.

Sin embargo, el sábado surge de las penumbras de la semana casi concluida como un espacio límbico de recreo blindado a los pesares cotidianos. Una pequeña cuna protectora donde parece que nunca es tarde. El domingo, esa fiesta aséptica consensuada, todavía no ha llegado. Y cuando llegue, tendré todo un día a mi disposición para permanecer narcotizado entre los vapores de la abulia, mientras voy despojándome de mi alma según avanza la tarde, para acabar entregándola de nuevo un poco antes de lunes…


He que decir que tengo ciertas dudas al respecto de la pregunta de hoy, pero seguramente es porque me encuentro un poco cansado.

Así que mi respuesta es sí: pienso que todo esto que hacen ustedes es un bien para mi”.

—“Lo cual es cierto”, replicó su mente subconsciente tras recibir el mensaje.

14.9.10

¿EN QUÉ PIENSAS AHORA?

“Nada más completar el itinerario inicial, la guía turística se dedicó a pintarse las uñas de los pies, lo que le llevó el resto de la mañana. El autobús estaba lleno (de turistas) y la temperatura rondaba los 40 grados. Sin embargo, nadie se quejó, pues el magnífico espectáculo de deditos y colores bien merecía la pena…”

Cuando Martín despertó del sueño se preguntó cual sería el sentido de ninguna cosa: “todo lo que veo y experimento ahora es indistinguible de lo que percibo en el estado de sueño donde todo me parece igual de real que ahora y a veces incluso más”, se dijo.

Martín se durmió de nuevo con la esperanza de continuar su sueño en el punto donde lo dejó…

Un viajero (interrumpiendo el prolongado silencio) dice:

—Señorita, nos tiene usted maravillados con los fucsias y los verdes fosforito, pero verá, mi conejo izquierdo sufre de vahídos al ser expuesto a esmaltes y linimentos. Con mucho gusto le construiría una campana aislante, pero carezco de herramientas, resinas y horno en estos momentos, ¿le importaría sacar los pies por la ventanilla para que se vayan aireando? Creo que aún estamos a tiempo de reanimar al animal. Yo mismo la ayudaré a ponerse sus zapatitos cuando se le hayan secado las uñas.

En ese punto Martín notó que estaba soñando, pues al mirar su reloj observó que daba las mil y cuarto a pesar de que todo lo demás era normal. Al cabo se dijo: “¡estoy soñando y me doy cuenta de ello!”

—Señorita, ¿se da cuenta de que estamos soñando?

Y la guía responde:

—Este sueño ha estado sucediendo en todo momento, pero al fin te has dado cuenta de su hiporrealidad. Ahora quizá recuerdes nuestra elección original: vivir juntos esta experiencia en la densidad 3…

—Sí, ahora lo recuerdo... pero dime una cosa: cuando despertamos, ¿a qué despertamos?

7.9.10

CRONICAS DE UN ANFIBIO SEMICONSCIENTE


Con la excusa de quitarse los pinchos de los pies se tiró al río, y a pesar de que los pinchos permanecieron, al menos ya no sentía sus pinchazos. Así fue como se hizo anfibio.

Su nueva condición de sapo silvestre riojano le obligó a realizar algunos cambios en su comportamiento, pues descubrió que por ejemplo ya no podía bailar sobre dos patas, su afición favorita, al menos por el momento. Así que a partir de entonces se dedicó a construir un baile basado en giros y saltos espasmódicos, lo cual produjo un cambio significativo de conducta en los insectos y reptiles de la zona dando lugar a reservas y despliegues de temerosidad por parte de la mayor parte de sus vecinos.

Sin embargo él quería el bien de todos. Así, sin más. Era un deseo natural nacido de los lugares más profundos de su naturaleza que no requería confirmación intelectual alguna.

Pero de poco le sirvió explicar los pormenores de ese nuevo sistema de baile, pues en el mejor de los casos esa explicación era recibida como una especie de ritual predatorio camuflado.

Así que después de dar un montón de vueltas al asunto, decidió restringir el ejercicio de sus danzas a lugares aislados y remotos, allá donde no pudiese molestar a nadie. Entonces se acordó de un garaje de recauchutados emplazado en un polígono industrial que había visitado en alguna ocasión en su época de humano. Pensó que bien podría ocultarse allí durante las noches de fin de semana para desplegar sus bailes. Dada su nueva fisonomía los ventanucos de aireación le permitirían fácilmente la entrada al amparo de la oscuridad de la noche.

Cuando se trasladó allí notó que le habían seguido todos sus vecinos sin excepción, dispuestos a seguir depositando en él su viejos malestares:

—No importa a dónde vayas, pues allí iremos nosotros contigo para seguir volcando sobre ti todos nuestros temores.
—¿Y por qué yo?
—Porque eres el mejor testificador que hemos encontrado. ¿Qué haríamos sin ti? Nuestros temores necesitan un huésped, un organismo consciente que pueda consignarlos y perpetuarlos. Es nuestro alimento, y tú lo has consentido.

El anfibio a estas alturas ya era demasiado anfibio como para seguir atendiendo a semejantes consideraciones. Lo último que pudo decir antes de perder definitivamente todo rastro de consciencia fue lo siguiente:

“¡Hala, ir a correr por ahí!”

Y en ese momento todos los miedos, que siempre fueron suyos, se desvanecieron tal como se desvanecen las sombras al sol del mediodía.