25.2.08

EL FUNCIONARIO Y EL OTRO


—Referente a su antigua solicitud…
—¿Antigua? ¿A qué se refiere? (Considerando muy seriamente la posibilidad de ponerse el traje de Super Normal detrás de cualquier banco).
—Antigua porque ya no tiene vigencia. Voy a estar callado un poco… ( ).
Referente a lo anteriormente referido, he de comunicarle que en su caso no hemos visto la necesidad de llevar a cabo ninguna iniciativa…
—Sepa algo antes de continuar (ya vestido de Super Normal). Yo ya no estoy en su mente. Usted se arroga una influencia sobre mí que ya no está entrando en mi experiencia, por tanto su influencia tampoco tiene ya vigencia.
—Pues usted también ha de saber algo: me acaba de liberar de un lastre del que no he sido consciente hasta este momento. Gracias. Una curiosidad, ¿cuándo acordamos incorporar este extraño patrón de comportamiento en nuestra relación?

DE PRONTO EL TRAJE DE SUPER NORMAL COMIENZA A RESQUEBRAJARSE

—Creo que en noviembre hará dos años y medio entre pitos y flautas, ¿ve? ¡se ha vuelto a colar! Yo digo esto último y usted me mira de esa manera, estamos igual (que siempre).
—No quiera llevarme de nuevo a ese lugar tan sombrío… se lo ruego. En realidad llevo muy poco tiempo dándome cuenta de “lo que está siendo”. Créame que cuesta verlo a pesar de verlo a diario.
—Le recuerdo que los dos estamos implicados en esto. Yo sucedo al mismo tiempo que usted (al tiempo que se despoja de los últimos jirones del traje).
—Bien, pues hablaré por los dos. ¿Tengo nuestro permiso?

“Sí, tienes nuestro permiso” (afirman los dos al mismo tiempo).

—En ese caso escuche: su nueva solicitud (indistinguible de la antigua) se la llevaré en persona a su casa después del trabajo. Sólo tendrá que firmar bajo la casilla “sí”. No tendrá ningún problema de reconocimiento porque es la única casilla que verá usted en un folio por lo demás en blanco.
—¿Y podré hacer dibujos?
—Sí, yo mismo le entregaré unas pinturas.
—¿Me baña?

17.2.08

SUPER RARA Y UN PROBLEMA GORDÍSIMO DE FONTANERÍA


Algo ha quedado atascado en el baño.

He metido un alambre y ya no he podido sacarlo.
El agua de la ducha no desagua bien. El suelo queda sucio, una suciedad muy difícil de limpiar una vez arraigada.
Los radiadores están sujetos a la pared por tubos de cobre con juntas a través de los cuales discurre un líquido pardo con grumos. Las fugas (del líquido referido) son frecuentes.
Los grifos accionados al modo “caliente” en rojo suministra un reflujo de vapor a una temperatura elevadísima. Los accionados al modo “fría” en azul regurgitan barro gris.

He decidido contratar a un fontanero.

Pero pasan los días y no lo llamo. El tiempo lo dedico a otras cosas, entre otras cosas a no llamarlo. No lo estoy llamando mucho. Tanto, que el no llamarlo me ocupa casi todo el tiempo disponible.
Cierto es que el tema de la higiene ya no me preocupa, pues he logrado colarme en la casa de al lado a través del balcón común. Su inquilina es una anciana a quien sólo le funciona un sentido: el tacto. Se pasa el día acariciando un peluche sentada en una mecedora. Nunca se entera de que me ducho y hago todas mis necesidades en su baño. Antes de irme le dejo unas bolitas rugosas en su regazo para que se deleite tocándolas. También le dejo dinero en el tocador.

Esta situación no puede prolongarse por más tiempo aunque por algún motivo o ninguno, lo cierto es que mi vida se está complicando sobremanera y no encuentro salida a este continuado despropósito.

Recurro a la autoindagación: ¿por qué no llamo al fontanero y en lugar de ello me complico la vida?

Y tras un largo silencio me respondo que tengo miedo a que el fontanero me diga que el problema es tan severamente gordo que no va a haber más remedio hay que picar suelos y techos durante semanas sin que ello suponga tener la certeza de encontrar al final una solución definitiva al problema.

Un día se encontraba sollozando sordamente en un banco del parque angustiado por lo insostenible de la situación, cuando se acercó una mujer que empujaba un carrito en forma de trenecito antiguo sobre el que viajaban confortablemente dos ranas, una de las cuales no llevaba gorrito:

—¿Por qué lloras, mi cielo?
—Tengo un problema muy gordo de tuberías y no soy capaz de llamar al fontanero. Temo que termine echando abajo mi casa.
—Déjame que te sople, no tengas miedo.
—Sí, sóplame, confío en ti.

Y le sopló, muy suavemente, de forma continuada, durante un buen rato (su aliento desprendía una fragancia como de flores nocturnas).

—Gracias, la verdad es que me siento mucho mejor.

Pero la mujer había desaparecido.

En el noticiario del día siguiente se mencionó un incidente relacionado con “un geiser de magníficas dimensiones salido de las entrañas de la tierra que anegó una población entera de 15.000 habitantes". Lo curioso del suceso es que cuando llegaron los servicios de emergencia, las supuestas víctimas (incluyendo ancianos, perros y niños) se encontraban nadando alegremente como si de un parque acuático se tratase.

15.2.08

BASADO EN UN HECHO REAL


“Es como volver a casa”, dijiste tras el primer beso (todos lo eran).
Y era cierto, bastaba un rincón en cualquier sitio para sentirnos en casa, nuestro lugar éramos nosotros.

Se suele decir que no es suficiente con quererse mucho,
que tiene que haber hechos que confirmen esa querencia.

Pasó el tiempo y el viento...

Y ahora que ya no hay nadie,
sé que quererte ha sido para mí el único hecho.

7.2.08

VIDA DESPUÉS DE LA VIDA


“Todo es posible, pues se da la circunstancia de que sucede algo en lugar de nada” (Super Normal en respuesta a una pregunta acerca de la existencia de otras vidas).


El embajador de Dadudle (en cuclillas sobre una roca en medio de una playa), se afanaba en extraer la carnecilla de un pequeño crustáceo con un imperdible extraído de su propia chaqueta, sin haberse preguntado todavía de forma consciente cómo había ido a parar a aquel islote en mitad del océano después de lavarse las manos en el servicio de caballeros del Hotel Continental Solaris, donde pocos minutos antes se había reunido con su homólogo caucasiano para abordar los temas habituales que desde hacía años eran los mismos:

1. Carne o pescado.
2. Sauna o casino.
3. Guerra o paz.

“Qué vueltas da la vida” se decía el naufrago reciente, “nunca pensé lo extrañamente irreal que ha sido mi vida comparado con esto”.

¿QUÉ ES ESTO?

De pronto no hay nadie, y esa situación parece haberse detenido.
Todo lo anterior a este estado parece un sueño, y ahora que estoy despierto me pregunto si desearía tener otro sueño en algún momento durante este estado de vigilia permanente.

EL OTRO SUEÑO

bien, estoy de estreno. qué nuevo es todo.
me gusta volver a asombrarme,
y aquél sentimiento del que ya no me acordaba…,
sí, todo eso que continúe.

ahora escribo en la primera página de un cuaderno,
encima de ninguna cosa previa,
veo gente conocida,
esto lo haré de otra manera,
aquello lo dejaré ir…

la pena trampa adosada al pecho la mandaré al tapicero, el señor Bucle quien asegura que “es posible una bolsa sin boca, un espacio precintado, una cueva convexa…, sin embargo el tapizado de una croqueta perfecta podría ser vulnerado con suma facilidad. bastaría la pisada de un perro muy pequeño, de los que caminan escorados”.

y quiero pagar el precio antes de empezar,
aunque me doy cuenta
de que el precio se paga en su momento,
y el momento siempre es ahora,
y resulta que no es un pago,
nunca se debió nada, ni había nadie a quien pagar.
ese nunca ha existido. éramos siempre nosotros.

“Así pues, adelante con todo otra vez…” pensó para sus adentros mientras consideraba la posibilidad de capturar un pez con sus propias manos.