15.6.10

LA DISOLUCIÓN DEL MIEDO


PARADIGMA 1

Un buen gestor del miedo tiene miedo, pero dosifica su respuesta emocional hasta las fronteras del dolor en el peor de los casos. En el mejor de los casos se conforma con un sordo malestar estomacal subyacente que nunca desaparece del todo. En cualquiera de los dos casos incorpora el miedo con resignación profesional y método. De vez en cuando expulsa las bábulas sobrantes con quejidos ahogados y tos seca a modo de drenaje. Su perro le mira de reojo unos instantes y prosigue con su búsqueda de nuevos olores a mierda: están dando un paseo por el parque. Esta tarde no ha habido sustos significativos, motivo por el cual el gestor del miedo se siente moderadamente contento.

De pronto la nostalgia le invade: “Ah, dónde habrán quedado aquellos tiempos de despreocupada inocencia…”.

Entonces de entre la maleza surge un homínido carroñero de la subespecie de los protohuevos que avanza hasta el sujeto dando traspiés al tiempo que se desprende de los últimos harapos que le quedan con gestos desmesurados y amenazantes. Abre la boca dejando al descubierto sus dos premolares inferiores, coge aire y grita lo siguiente:

—Aquí han quedado, ¡en mi saco de mugree!

PARADIGMA 2

Juan quiere pan. Camina por calles estrechas, es de noche, hay charcos, las cocinas están encendidas, se oyen gatos y bebés…

Sigue caminando por travesías cada vez más oscuras, sale de la ciudad, llega a un polígono industrial, lo atraviesa, continúa por el campo, silencio, no hay luna, se detiene.

Entonces ante él aparece la imagen espectral de un esqueleto envuelto en una especie de viejísima túnica negra portando una guadaña sobre su hombro izquierdo. Dice ser la muerte.

—Soy la muerte.
—Hola, dame pan, y que esté tierno y caliente.
—Sí, pero soy la muerte.
—Dame pan.
—Toma pan (una bagette recién horneada).
—Gracias.
—Ahora tienes que venir conmigo.
—Con mucho gusto iría contigo, pero como comprenderás, este instante eterno que habitamos está fuera del tiempo y por tanto no hay movimiento, así que no puedo ir a ningún sitio que no sea éste. Has aparecido en mí, lo cual es una maravillosa expresión de creatividad, y si es tu deseo te puedes quedar aquí cuanto quieras. Sin embargo has de saber que a causa de mi naturaleza original yo sólo puedo permanecer aquí, y se da la circunstancia de que mi cuerpo ha preferido quedarse a vivir conmigo en este momento.
—Eso que dices no puede ser.
—Pues está siendo.
—Sí, es cierto.

9.6.10

CÓMO HACER MÚSICA CON LAS NOTAS QUE NADIE QUIERE


El famoso "Concierto para hueso de albaricoque en mi renol" se representaba sin incidentes en la plaza del ayuntamiento a pesar de la gran cantidad (todos sin excepción) de detractores de mi renol que se hallaban allí presentes.

Tradicionalmente el Concierto siempre se había ejecutado en la renol, contrariamente a como estaba sucediendo este año.

Todas las caras con sus correspondientes expresiones condenatorias estaban dirigidas hacia el director quien, impasible a todo lo que no fuese sustancia musical y alegoría mística, conducía la obra según sus más profundas convicciones exhibiendo una inquebrantable determinación.

La obra terminó.
Nadie aplaudió.

HABLA EL DIRECTOR

“Y ahora si me lo permiten, interpretaré para ustedes una copia distinta del original con el fin de que reciban el reino de lo desconocido en sus corazones. No podrán saber en ningún momento lo que viene después de ahora, no podrán discernir una nota de sí misma, tan insólita será su relación con las notas adyacentes.

Ni siquiera es necesario que estén de acuerdo en nada, así que abandonen la obsesión por la forma preconcebida y los temores al objeto desconocido. Para mí es un privilegio ofrecerles la oportunidad de que dejen de esperar ninguna cosa, tan sólo han de permanecer sentados sin más en sus baldes de goma invertidos”.

Entonces el director pide silencio, recoge el güito ofrecido por el solista de la orquesta y se produce la copia:

Todos los sonidos que se escucharon a continuación pertenecían a los desechos musicales de la mente colectiva, lo que convertía la experiencia en algo realmente familiar. Todos los asistentes sintonizaban sin esfuerzo cada una de las notas que allí se reproducían: aquellas que habían sido repudiadas sin misericordia durante generaciones por parte de los músicos que las profirieron así como todos aquellos que fueron testigos de ellas, relegándolas finalmente al ostracismo (otra vez las ostras).

Esas pues, son las notas que se escucharon.

Cuando el “Concierto para hueso de albaricoque en Si mi sol” llegó a su fin, sucedió lo siguiente:

1. Los perros pudieron bajar ya de los árboles
2. A esas horas ya no había nadie

2.6.10

OSTRAS ALADAS EN LAS ANTÍPODAS DEL ABURRIMIENTO


El espectáculo mundial más grandioso palidece ante el leve movimiento alado de una "Caneudofibia evanescente de los páramos" en el momento de su apertura matinal en busca de sol. Ni siquiera las chinchillas más coloridas y poligonales en su baile prenupcial pueden hacer sombra a tan maravillosa manifestación natural.


a. Hola, soy quien compartió asiento contigo cuando todavía viajabas en autobús, quizá no te fijaras entonces pero te puse una pequeña pegatina con el número 17 pegada en la espalda mientras dormitabas encima de una revista de ropa de trabajo abierta por la página dos...
Ah, cuántas veces no te habrás preguntado por esa presencia silenciosa un poco por detrás de tu hombro derecho, como una suave brisa llegada de lugares cálidos, o como una liviana sensación apenas imperceptible aunque evidente. ¿Todavía no me recuerdas?

b. Si soy quien dices que soy, aquél día te pedí que me bañaras pero no recibí otra cosa que un lánguido desplante como respuesta.

a. Pero no era un desplante sino una invitación a imaginar una buena bañera de cerámica blanca en mitad del desierto, con todo lo necesario para disfrutar de un alivio prolongado a los rigores meridionales.

b. Quizá lo que sucedió es que al no ser capaz de imaginar lo que me pediste tan silenciosamente, te trasladé con igual discreción esa incapacidad temporal a fin de dar por concluido el incidente. Probablemente tuviese algo de prisa por llegar a mi destino, o me hiciese daño algún zapato.

a. Ahora te digo: ¿quieres que te bañe ya?

b. Sí.