
Te escribo desde algún lugar remoto bajo tierra. Tengo que decirte que tardaron en bajarme unos tres días, ¿que cómo lo sé?, pues verás, lo único que sé es que cuando llegué abajo, observé que había desarrollado una barba de tres días, porque es justamente a los tres días cuando los primeros pelillos enhiestos comienzan a pincharme en las postrimerías de la boca. Son esos pequeños fastidios que molestan lo suficiente como para desear sinceramente su pronta desaparición, los que configuran mis días en porciones de tres días.
Llevo ya mucho tiempo aquí, eso lo sé porque tengo ya prácticamente todos los síntomas que la senectud lleva aparejados tales como accesos de tos profunda, prolongada y llena de silbidos internos, frío interior perenne e independiente de la temperatura exterior, ausencia de líquidos periféricos, respiración intermitente y escasa de oxígeno natural, voz prácticamente inaudible e indistinguible de la respiración ya comentada, y sobre todo, una rigidez corporal tan severa que he decidido renunciar definitivamente a cualquier tipo de movimiento. De hecho, permanezco sentado desde hace ya mucho tiempo. No, no sé de cuanto tiempo estoy hablando, pero a modo de aproximación te diría que he dormido profundamente unas ciento catorce veces, y para estar seguro de ello, no he tenido más que contar las veces que he sentido que despertaba, para lo cual sólo tenía que contar las babas secas que he tenido que despegar del cuello: ciento catorce babas enteras (alguna acabó rompiéndose en el momento de la extracción, como cartílagos secos que fuesen diseminados a causa de un fortuito golpe de viento).
Si, querido ser vivo (y algunos muñecos), alguien me bajó hasta este infierno y, después de interesarse con aire distante por mi estado de ánimo, desapareció en ese ascensor…
Quise buscar ese ascensor pero nunca lo encontré, parecía que se lo hubiera tragado la tierra, lo cual resulta de lo más descabellado, pues bajo este suelo sólo puede quedar el mismísimo núcleo terrestre de Mamá Pachamama, sus entrañas más extrañas, tan al interior no solemos ir nunca, y esta frase es la que por fin para el párrafo.
¿Tal vez he soñado lo que creía que era mi vida, regresando como de un sueño realista a la verdadera vida, en esta oquedad intraterrestre, marrón, marrón, (marrón), pero no “un muñeco marrón”, eso no, ¡dejad de añadir cosas! Bastante tenemos ya con cambiar radicalmente nuestra visión de TODO EL UNIVERSO (menos un mechero rojo).
Y pasó el tiempo, y, contra todo pronóstico, quedé tan relajado y tranquilo que no deseé ninguna otra situación que no fuese precisamente esa, una situación carente de necesidades humanas. A partir de entonces sólo tuve necesidades vegetales, lo que me vino muy bien, pues en este lugar crece exclusivamente un especie de vegetación cuya textura, consistencia, temperatura y pigmentación son más propias del caucho sintético o goma común que, a diferencia del cartón y los alambres, sí nos recuerda, al menos, ciertas propiedades orgánicas, aunque no nos apetezca mucho tocar
eso.
Eso es lo que como. Preferiría comer cualquier cosa que diese una máquina expendedora en cualquier estación de tren de mi anterior vida soñada. Pero tampoco hay tanta diferencia.
Lo que resulta verdaderamente curioso, es que me he dado cuenta de que cualquier posibilidad de existencia me parece bien.
Unos consejillos, lo primero de todo: apaciguar los nervios con el “apaciguador de nervios” de color azul pálido alojado por defecto entre los intestinos (siempre estuvo a nuestra disposición desde el nacimiento o irrupción espontánea desde la nada).
Una vez apaciguados, dejarlos secar unos dos o tres semanas máximo, (no tenemos “avisador”), para después de este período, dejar pudrir, no sea que se regenere y reviva, que esas cosas suelen volver con muchísimo peligro.
El resto es una especie de limbo rosa y blanco, bien iluminado aunque sin llegar a cegar, con olor a polvos talco, y la imaginación, al verse libre de obstáculos, ha convertido mi vida en… mi vida.
Y me despido, apreciadísimo ser humano (también algunos muñecos) con una frase recuperada de mis sueños más dulces:
“Sí, soy un guante de fregar amarillo, pero estoy lleno de dicha como consecuencia de experimentar por fin lo que tanto temía que ocurriese y comprobar que no sólo no es tan terrible, sino que es igual, la misma cosa que lo otro, aquello que carecía de terribilidad, el agua de un grifo.”Verás, he pensado que voy a dejar de contarte todo esto. Prefiero esperar a que salgas de ahí para disfrutarlo juntos. Tienes que ver esto, tienes que verlo...