COSAS QUE HAN DE REVISARSE I
Uno no tiene la necesidad de:
• Sincerarse con uno mismo. Uno mismo ya es uno mismo. A no ser que esto resulte insatisfactorio para uno mismo lo que le llevaría a convocar la intervención de un segundo sujeto a quien se encomendaría el presenciamiento del sinceramiento (sinceración) de uno mismo. Esto descalificaría totalmente al sujeto inicial (uno mismo), relegándolo a una suerte de semiexistencia en un mundo exclusivamente objetivo, aunque no sabemos quién se daría cuenta de ello.
• Ser humilde o no. La modestia no necesita ser falsa para ser falsa. Es falsa por definición. Orgullo disfrazado. Y si no, vean esto:
—Gracias por su trabajo
—No, no, no es nada…
—Ah, ¿no?
—Es sólo un boceto, cualquiera podría hacerlo mucho mejor
—¿Sugiere que el próximo trabajo se lo encarguemos a otro?
—No, no, bueno, no sé…
—Y por este boceto, ¿cuánto cree que debemos pagarle?
—Nada, lo que ustedes quieran
—¿Nada, o lo que nosotros queramos?
—¡Lo que ustedes quieran, lo que ustedes quieran!
—Pero nosotros le encargamos un trabajo y usted nos entrega un boceto que otro podría hacer mejor. ¿Nos está tomando el pelo?
—No, no, lo que quería decir es que…
—Usted no ha dicho lo que quería decir. ¿Es eso?
—Si, eso es
—Y, ¿qué le obliga a decir lo que no quiere decir, alguna fuerza extraña?
—La verdad es que esperaba un montón de agasajos, uno detrás de otro. En mi casa me funciona siempre, ¿puedo ir a llorar un rato al baño?
Una persona verdaderamente humilde no sabe que lo es.
• Tener miedo a no estar haciendo bien algo. ¿De dónde puede proceder el miedo a estar haciendo mal algo? De esta manera, la vida se convierte en un juicio constante que nos expone constantemente a una condena. Y si resultásemos condenados por ese supuesto tribunal con tan mala hostia, ¿qué nos pasaría? Tiene que ser algo gordísimo para provocarnos esa extraña sensación incómoda en la boca del estómago cada vez que estamos a punto de desaparecer en este mismo instante de alegría sin causa.
• Buscar puertas de entrada a ningún sitio. No hay que ir a ningún sitio porque ya estamos aquí todo el rato. Lo de las puertas, aberturas, rendijas, simas, hendiduras, etc. posiblemente no sean otra cosa que bolsas un poco aprisionadas por la base. Pero lo de que si son bolsas o no, es lo de menos. Se trata únicamente de un despliegue de formas jugando al escondite con el espacio, pero ¿dónde se esconden entonces? ¿en el no espacio? Seguramente sea así.
• Separar la vida entre “cuando éramos felices y cuando no lo éramos”. No se me ocurre ningún comentario.
Ah, sí. En este momento, ahora que recapitulamos, todo eso ya está junto (los tiempos felices y los no felices). Estamos a salvo de su influencia. YA HA SIDO TODO. Tenemos ante nosotros un papel eternamente en blanco.
• Tener que dar nada por terminado. Es como si se tuviese la obligación de tener que ir acabándolo todo, a medida que se produce. A medida que se presenta.
Si dejásemos de presionar en la zona “tener que terminar”, veríamos que todo se termina solo. No somos necesarios para llevar a cabo esa acción, y cuando conseguimos relajarnos en ese aspecto, vemos que lo de empezar y terminar son conceptitos atascados en nuestras cabezas cuneiformes.