ULTIMAS TRIBULACIONES DE JUAN CASITODO
Juan Casitodo, el emplastador, a quien casi todo le parecía bien a pesar de lo cual experimentaba de continuo una infelicidad casi completa, tras años de forzosa desocupación (competir con el agresivo gremio de albañilería cada vez más equipado y organizado se había convertido en una tarea casi impracticable) decidió un buen día ir en busca de trabajo por el barrio chino.
Después de varios días de peregrinaje sin obtener ningún resultado, casi se había dado por vencido cuando Manolo Mariví, la gran dama del Music Hall de hace algún tiempo, después de haberlo visto deambular por las calles como un sonámbulo, de aquí para allá con su mono azul, su caja de herramientas y su enorme espátula, lo llamó desde el balcón de su casa/hospedería: “¿quieres venir a tomar un consomé conmigo y hablamos de emplastes?”, a lo que Juan Casitodo respondió que “muchas gracias, será un placer tomar algo caliente y de paso tener la oportunidad de mostrarle mi repertorio de habilidades como reparador de casi todo tipo de superficies, ¿puedo subir ya?”. Manolo Mariví le dedicó una sonrisa generosa y lo invitó a pasar…
Cuando Juan entró en la casa (traspasar el portal, subir escaleras, oler a coliflor, pulsar un timbre, esperar a que la puerta se abriese), y tras un amistoso recibimiento, observó a la gran dama con disimulado detenimiento. Por algún motivo la anchura de su cabeza le recordó a un antiguo televisor del geriátrico de sus tíos de Estepona. Los dedos de sus grandes manos (sostenían una copa de vino espumoso) estaban rematados por unas largas uñas de cerámica de color naranja. Una bata de raso muy semejante a un camisón cubría un cuerpo entrado en carnes y en años. Sin embargo, se sintió sumamente cautivado por el especial encanto que transmitía su persona.
Juan Casitodo depositó sus útiles en el suelo del vestíbulo al tiempo que sentía un agradable calor en el pecho, “vaya, tiene usted una casa muy acogedora, casi me dan ganas de quedarme a vivir para siempre, ¿recibe muchos huéspedes?”, y la dama responde que “últimamente muy pocos”, y agrega que “cuando no tenga donde acudir, cuando crea que los recursos se le agotan, cuando parezca que el frío se haya instalado definitivamente en su cuerpo, aquí tendrá sábanas limpias, comida caliente y compañía. Como compensación sólo tendrá que repasar algunas superficies (no todas)”.
Juan Casitodo, considerando su situación como una aproximación bastante cercana a la referida, aceptó sin reservas la propuesta y encontró de esta manera tan inesperada su lugar en el mundo, lo que son las cosas, tiene gracia, lo que hay que ver, jamás lo hubiera creído, etc.
Las tristes tardes de los domingos, y las frías mañanas de los lunes, y los martes escuetos y los desangelados miércoles de entresemana, y los jueves como vacío preludio anticipado de fin de semana no deseado, y los viernes con su fiesta sin fiesta y los sábados como último refugio, todo eso se transformó en cálido recogimiento, en tenue alegría compartida, un ir y venir de días sin nombre, un desconcertante paraíso íntimo, la realización de un viejo anhelo casi ya olvidado…
Y de esa manera tan inesperada, Juan Casitodo acabó siendo casi completamente feliz.
1 dijo:
Qué bonita historia, repasa todas las superficies hasta dejarlas como un cristal a cambio de sábanas limpias y un poco de compañía, es muy generosa esta gran dama del music hall, como no podía ser de otra manera. Me parece que ha nacido otro gran personaje de la factoría Rubio, dos por el precio de uno, hoy va a ser mi día( o lo que queda), lo presiento!!!.
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