SUPER NORMAL VUELA POR LA CIUDAD
Por alguna razón, el hecho de observar el vuelo tranquilo de un hombre de mediana edad vestido con ropa de entretiempo, por encima del edificio de Telecomunicaciones, me provoca un leve bostezo alegre y las ganas de ir a comprar un periódico con suplemento.
En la portada del suplemento leo lo siguiente:
El protagonista, al pensar que ya no queda en la Tierra ningún habitante excepto él, prorrumpe en llanto y se deja caer encima de un pequeño charco. La presencia de sí mismo carece de todo significado. Añora la añoranza y desea el deseo. Mira cómo mira y piensa en cómo piensa. El tiempo se detiene en su memoria congelada. “Sólo queda —se dice— lo único que existe: lo que queda”. A partir de entonces, el protagonista está muy contento. Este fin de semana lo sacaremos de la vitrina para lavarlo y airearlo, que es Navidad.
La foto que ilustra el texto está sacada en un lugar público y concurrido. El punto de vista se sitúa a unos metros por encima del nivel del suelo más próximo. Nadie sabe que están sacando una foto, ni siquiera una mujer enlutada escondida tras unos bidones que parece escrutar a quien saca la foto. El que saca la foto observa brevemente a la mujer enlutada como parte del paisaje. La foto está lista. Todo es la foto. Incluso el texto. Incluso el fotógrafo y los que habrán de ver la foto.
Para ver bien la foto, el suplemento incorpora en esa edición unas gafas de celofán reguladas en persona por el mismísimo oftalmólogo, el Dr. J. Alverlo Gracia, quien ha dejado todo tipo de ocupación para construir unas gafas que sólo sirven para ver la foto de portada, lo que ya es mucho, pues como se intuye por todo lo dicho, se trata de una foto inolvidable.
Super Normal, que volaba sobre la ciudad, y después de evolucionar un par de veces girando sobre su propio eje, se deja caer en una repisa de la cuarta planta del edificio de Telecomunicaciones. A su lado, un operario subido a una estructura metálica trata en ese momento de introducir una bola enorme de cables multicolor por el orificio de una tubería. Advirtiendo la repentina presencia de SN en ese lugar tan corto de presencias (como no fuera la de las palomas conejeras comunes que han escogido ese lugar para depositar sus desperdicios urbanos), el operario exclama:
—Usted no parece de por aquí, ¿verdad?
—¿Me pregunta qué me parece sobre lo que a usted le parece, o quiere que sencillamente diga que sí? En cualquier caso, sí, cómo no.
—Lo que yo quería realmente decirle es que ahí no se puede estar, pero al verle ahí subido, he creído asistir a la compleción del edificio con la única pieza que faltaba, es decir, usted, y no he considerado necesario reprenderle de ninguna manera, bastante tendrá usted con las reprensiones que vertirán sobre usted quienes no son usted, ¿no le parece?
—La verdad es que no poseo parecer alguno sobre ninguna cosa. Las cosas ocurren y yo acontezco con ellas. Comprobará todo esto cuando me pregunte sobre lo que ocurre en este mismo momento.
—¿Qué le ocurre a usted?
—Usted. Me ocurre usted.
—Siento vértigo. ¿Le importa que me agarre a sus aletas mecánicas?
Más abajo, concretamente encima de la acera, una moneda de plata rodaba calle abajo sobre su canto. En ese momento, la suerte todavía no estaba echada para nadie. El viento hacía oscilar los ornamentos navideños, ese tejido luminoso del que están hechos lo estrechos cielos de las ciudades normales por esas fechas.