UN MUY BUEN MUEBLE PARA UN HOMBRE VIRTUOSO
Registro aleatorio de un pertinaz proceso de pensamiento a partir de la programación básica. Muestreo Nº 11.015
"Un buen amigo del familiar de un amigo mío, que por cierto ha coincidido ser mi tío Esteban, decidió regalarme un enorme artefacto encontrado recientemente en el sótano de su casa que según indicó, “hace las veces de paragüero y perchero principal”.
Tal como me confesó, durante las últimas visitas mi tío había estado considerando silenciosamente la conveniencia de rellenar con un buen mueble el hueco zen que yo había dejado conscientemente al lado de la puerta de entrada (con el fin de permitir que circule el aire en ese lugar tan dado al tránsito de objetos y organismos), a parte de contribuir a resolver ornamentalmente la zona, y finalmente concluyó que el mueble del sótano cumplía todos los requisitos.
Como quizá sea común en estos casos, recibí el obsequio con la mayor gratitud, dejando para otro momento la valoración de ese acto, y acudí enseguida a instalarlo en el lugar referido (lo que nunca he conseguido del todo).
Aquél día daba una pequeña fiesta en casa, así que realicé una instalación temporal del mueble usando correas, calzadores y grapas navales, y tras dar un par de pasos atrás a fin de observar el resultado con mayor perspectiva, se aprobó por unánime consentimiento la conveniencia de aquella nueva disposición mobiliaria. A continuación saqué embutidos, un par de latas de paté de huga, y vino.
La ropa de los invitados hubo que dejarla encima de una cama ante la precaria estabilidad del tabique donde estaba emplazado el perchero/paragüero, y la cantidad de yeso que empezaba a caer del techo. Con el propósito de paliar estos efectos indeseados y equilibrar la instalación, llené el recipiente paragüero con ladrillos y objetos pesados, a causa de lo cual la estructura acabó cediendo un tercio de su verticalidad, quedando las perchas prácticamente apoyadas en la puerta de entrada. El problema pareció estar provisionalmente resuelto y continuamos con la fiesta. Al terminar la fiesta se fueron todos diciéndome lo bonito que había quedado el mueble.
PASA ALGO DE TIEMPO
Después de una larga temporada entrando en casa por la ventana del baño (nada dura tanto como lo provisional) decidí sellar la entrada principal e hice construir un habitáculo de aluminio para contener la creciente inclinación del mueble, y un ventanal de metacrilato a través del cual se le podía seguir contemplando, a pesar del poco uso que se hacía ya del recibidor.
Pero a decir verdad, y examinando con detenimiento mis emociones, llegué a la conclusión de que mi vida era un poquito más triste desde la entrada de ese mueble en mi casa, pues ya apenas recibía visitas y la mayor parte del tiempo lo dedicaba al mantenimiento del artefacto, impulsado por algún tipo de obligación moral. Poco más tarde, con el fin de unificar mis tareas domésticas, trasladé mi despacho y el dormitorio al recibidor y apagué todas las luces excepto un pequeño foco que permitía ver en todo momento el mueble…
Muchas veces me he preguntado por qué no devolví el regalo, o por qué no lo entregué a alguna institución benéfica, o sencillamente por qué no me deshice de él a la menor oportunidad. Sin embargo, las respuestas siempre eran las mismas:
1. Porque no quería agraviar a mi tío, con todo lo que hace por mí.
2. Por que no quería parecer un desagradecido en general.
3. Porque los demás siempre saben mejor que yo lo que me conviene.
4. Porque realmente necesito un perchero/paragüero aunque al principio no sepa verlo.
5. Porque a caballo grande no se le mira el diente (?).
6. Porque todavía no lo he instalado del todo, así que mi obligación es al menos cuidarlo y mirarlo con frecuencia.
Y aquí me ven, cumpliendo con mi deber, honrando a todos los que no son yo, esperando a que lleguen tiempos más felices en los que este pequeño malentendido quede milagrosamente disuelto.
Ahora que por fin vivo dentro del mueble, me gustaría mucho que mi tío lo supiera, aunque creo que es mejor no forzar las cosas…"
"Un buen amigo del familiar de un amigo mío, que por cierto ha coincidido ser mi tío Esteban, decidió regalarme un enorme artefacto encontrado recientemente en el sótano de su casa que según indicó, “hace las veces de paragüero y perchero principal”.
Tal como me confesó, durante las últimas visitas mi tío había estado considerando silenciosamente la conveniencia de rellenar con un buen mueble el hueco zen que yo había dejado conscientemente al lado de la puerta de entrada (con el fin de permitir que circule el aire en ese lugar tan dado al tránsito de objetos y organismos), a parte de contribuir a resolver ornamentalmente la zona, y finalmente concluyó que el mueble del sótano cumplía todos los requisitos.
Como quizá sea común en estos casos, recibí el obsequio con la mayor gratitud, dejando para otro momento la valoración de ese acto, y acudí enseguida a instalarlo en el lugar referido (lo que nunca he conseguido del todo).
Aquél día daba una pequeña fiesta en casa, así que realicé una instalación temporal del mueble usando correas, calzadores y grapas navales, y tras dar un par de pasos atrás a fin de observar el resultado con mayor perspectiva, se aprobó por unánime consentimiento la conveniencia de aquella nueva disposición mobiliaria. A continuación saqué embutidos, un par de latas de paté de huga, y vino.
La ropa de los invitados hubo que dejarla encima de una cama ante la precaria estabilidad del tabique donde estaba emplazado el perchero/paragüero, y la cantidad de yeso que empezaba a caer del techo. Con el propósito de paliar estos efectos indeseados y equilibrar la instalación, llené el recipiente paragüero con ladrillos y objetos pesados, a causa de lo cual la estructura acabó cediendo un tercio de su verticalidad, quedando las perchas prácticamente apoyadas en la puerta de entrada. El problema pareció estar provisionalmente resuelto y continuamos con la fiesta. Al terminar la fiesta se fueron todos diciéndome lo bonito que había quedado el mueble.
PASA ALGO DE TIEMPO
Después de una larga temporada entrando en casa por la ventana del baño (nada dura tanto como lo provisional) decidí sellar la entrada principal e hice construir un habitáculo de aluminio para contener la creciente inclinación del mueble, y un ventanal de metacrilato a través del cual se le podía seguir contemplando, a pesar del poco uso que se hacía ya del recibidor.
Pero a decir verdad, y examinando con detenimiento mis emociones, llegué a la conclusión de que mi vida era un poquito más triste desde la entrada de ese mueble en mi casa, pues ya apenas recibía visitas y la mayor parte del tiempo lo dedicaba al mantenimiento del artefacto, impulsado por algún tipo de obligación moral. Poco más tarde, con el fin de unificar mis tareas domésticas, trasladé mi despacho y el dormitorio al recibidor y apagué todas las luces excepto un pequeño foco que permitía ver en todo momento el mueble…
Muchas veces me he preguntado por qué no devolví el regalo, o por qué no lo entregué a alguna institución benéfica, o sencillamente por qué no me deshice de él a la menor oportunidad. Sin embargo, las respuestas siempre eran las mismas:
1. Porque no quería agraviar a mi tío, con todo lo que hace por mí.
2. Por que no quería parecer un desagradecido en general.
3. Porque los demás siempre saben mejor que yo lo que me conviene.
4. Porque realmente necesito un perchero/paragüero aunque al principio no sepa verlo.
5. Porque a caballo grande no se le mira el diente (?).
6. Porque todavía no lo he instalado del todo, así que mi obligación es al menos cuidarlo y mirarlo con frecuencia.
Y aquí me ven, cumpliendo con mi deber, honrando a todos los que no son yo, esperando a que lleguen tiempos más felices en los que este pequeño malentendido quede milagrosamente disuelto.
Ahora que por fin vivo dentro del mueble, me gustaría mucho que mi tío lo supiera, aunque creo que es mejor no forzar las cosas…"