1.3.10

DÉJAME MIRARTE TODO EL RATO QUE QUIERA, SOY TU HERMANO


Hace días que observo (a través de una mirilla de compleja realización) a ese señor que se queda mirando fijamente durante horas el escaparate de mi tienda de bolsos. No sé muy bien lo que mira, quizá el cartel del torneo local de dominó, o la foto del perro desaparecido, o un fragmento de guirnalda que hace tiempo quedó definitivamente integrado en el cristal… el género no creo que atraiga su atención (sólo sé que lo sé). ¡Tal vez me mire a mí!

Pero no lo creo porque yo siempre estoy detrás del mostrador, el cual consigue ocultarme totalmente dado su pronunciado volumen alzado. Se trata del regalo de un familiar que con toda su buena intención decidió instalarme su púlpito cristiano/militar en la tienda poco después de retirarse: “Toma, para que no tengas que gastar en mostrador. Perteneció a tu bisabuelo, quien obtuvo en su tiempo un notable predicamento entre los parroquianos de su localidad debido a sus extraordinarias dotes para la oratoria admonitiva”.

Nunca le estaré lo suficientemente agradecida, al menos técnicamente agradecida, ya que por este motivo mi capacidad de adaptación se ha visto obligada a dar un salto hacia la excelencia. Debido a la abultada naturaleza del púlpito y su singular emplazamiento en el único hueco disponible, es decir, en el retrete, nadie consigue verme del todo hasta que sincroniza sus saltos con los míos. Esto sucede al tercer o cuarto intento. Para facilitar la fluidez en la comunicación he dispuesto al pie del entablamiento una cama elástica de dos plazas, por si el cliente decide venir acompañado. De todas formas no viene casi nadie. Seguramente será por el fútbol, o por el tiempo…

Ese señor no se va. Quiero saber qué quiere, pero no podré salir de aquí hasta que cierre el establecimiento que es cuando activo las poleas. Me da igual, usaré las poleas de todas formas y una vez alcance su posición le pediré que me ayude con el gancho.

—¿Me ayuda a quitarme el gancho?
—Sí.
—Oiga, ¿qué quiere usted?
—Sólo quería saber si había alguien en la tienda.
—Pues ya ve que sí. ¿Qué quiere?
—Lo que le he dicho.
—¿Y qué tal ahora que ya sabe que sí?
—Muy bien, gracias, regresaré cuando vuelva a no saberlo.

4 dijo:

Anonymous Anónimo dijo...

Agotadora movida esa de sincronizar los saltos...
Por otro lado no entra ni Dios, seguramente por que creen que no hay nadie.

No seria mejor dinamitar el pulpito y a tomar por culo?

09:07  
Blogger fran rubio dijo...

Para dinamitar el púlpito habría que retirar el género primero, acondicionar la zona, conseguir los pertinentes permisos municipales, avisar por megafonía a los vecinos, quitar los escombros después de la explosión, dar un montón de explicaciones... Demasiado lío.

13:26  
Anonymous Anónimo dijo...

Muy buen relato, ingenioso, original etc.
Espero que algun dia leer algo mas de ti.

00:14  
Blogger fran rubio dijo...

Gracias, de momento seguiremos en este canal

12:09  

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