EL ACUERDO
Ni que decir tiene que el acuerdo está siendo espléndido, todas las partes acordantes lo están disfrutando simultáneamente en la intimidad de este momento mutuo. Incluso ella. Su expresión revela gozo introspectivo y consentimiento silencioso.
Sin embargo ha habido cesiones. Concesiones. Concretamente las que ella sugirió en su momento, que era también el momento de todos. Ninguno de los que no son ella pareció en un principio satisfecho:
—Olga, cielo, ¿podrías levantarme el castigo de la semana pasada? Me empieza a picar ya un poco por detrás de las rodillas…
—Ya sabes, mi amado pepetoño que yo, como representante de la tierra en la tierra, no puedo contravenir las leyes naturales levantando algo que no existe. El castigo no es cierto, ¿por qué no vas y lo miras mejor?
—Está bien, voy a ver mejor qué es eso.
DESPUÉS DE LA REVISIÓN
—Me acaban de decir mis jóvenes alumnos todos al unísono que escuche en voz alta el castigo para poder calibrar mejor su presunto propósito condenatorio:
(Al unísono) “Darnos casi todas las noches un beso de las buenas noches siempre que te acuerdes.”
Y la verdad es que me acuerdo mucho, pero cuando me entra el sueño se me olvida, pues soy de sueño repentino, y lo curioso es que al final acabo besándote igualmente aunque ya dormido, precisamente en el instante en que tú querías ese beso. Así que es cierto: el castigo no existe, era yo todo el rato.
Y ahora lo que más me gustaría es besarte despierto.
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