LA REVELACIÓN DE ANAGOTIO
Anagotio perdía la mirada en la lejanía de los límites de su nariz, lo que en su caso es mucho decir en cuanto a distancias largas. La madreselva le había crecido entre la ropa, y su pelo ya se había fundido con el casco tras los últimos calores. Abandonado todo propósito de entender ninguna cosa, se dedicó a la contemplación de su supuesta fealdad, fenómeno estético que le había alcanzado de plano por designios naturales encadenándolo al miedo desde muy niño.
“Pero ahora ocurre algo que antes no ocurría. Aunque todavía no haya sucedido, me niego a morir apaleado y luego comido por los perros. Sencillamente pensar en eso ya me desagrada de tal modo que prefiero extirpar lo que haya que extirpar… de mi pensamiento. No tengo mucho tiempo pero es tiempo suficiente. A partir de ahora practicaré la diligencia:
VOY A VER SI REALMENTE SOY TAN FEO COMO DICEN
Me he sumergido en mi propia fealdad dieciocho horas al día durante 21 días y he comprobado lo siguiente:
1. No soy tan feo.
2. Los pájaros siguen cantando (la fealdad no es tan tóxica).
3. Quiero.
Anagotio se da cuenta de que quiere.
Y le sale una novia de entre los matorrales diciendo:
“Tu querencia es verdadera, y así te quiero yo.”
Lo cual puede ser cierto.
Anagotio dice:
“Este canal me gusta más, está menos escorado a los infiernos que el anterior canal”.
ANAGOTIO REGRESA AL PUEBLO CON ESTE NUEVO CONOCIMIENTO
A las cinco de la tarde se terminaba de construir un patíbulo básico en la plaza del ayuntamiento. Se oyeron cinco campanadas, el cielo se llenó de pájaros, los niños y los perros corrían de un lado para otro. Quedaba una hora para ajusticiar a Anagotio. Los vecinos satélites habían ocupado sus puestos en balcones, ventanas y terrazas. El resto del público había traído sus sillas y sus meriendas y se había distribuido por la plaza formando un semicírculo alrededor del tablado. Se repartían bebidas.
TODO LO ANTERIOR SE VA DESVANECIENDO HASTA QUE DEJA DE SUCEDER UN INSTANTE
Anagotio entra disfrazado de guapo por la esquina oriental y avanza hasta el centro de la plaza. Sin embargo, su fealdad atraviesa el látex con suma facilidad y antes de llegar al estrado es reconocido por todos los habitantes del pueblo sin excepción. En total ciento sesenta y ocho muñecos aullando como bestias gracias un eficaz sistema de altavoces internos. Los mecanismos de ajusticiamiento fueron activados y se procede al apaleamiento.
En ese momento alguien acciona el interruptor general al modo off.
2 dijo:
La imagen que tenemos de nosotros mismos es la que proyectamos al exterior. Sí es cierto: podemos cambiarla. Pero no con un bisturí.
Muy bueno
Una imagen siempre es una imagen.
La galería puede ser infinita,
pero nosotros no somos las imágenes.
Gracias.
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